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Gramsci y la formación política

José Ernesto Schulman (www.gramsci.org.ar):

Su ejemplo militante.

Visto desde los pragmáticos ’90, la figura de Antonio Gramsci resalta como la de un verdadero antihéroe, o dicho con el lenguaje que utilizan los cultores del pragmatismo político, como la de un típico «perdedor». Derrotados los esfuerzos por transformar la rebelión obrera de Turín del  ´20 en una sublevación nacional, debe presenciar  en 1922 el ascenso al poder (con claro respaldo popular) de Mussolini.  Perseguido y encarcelado («hay que impedir que este cerebro funcione» pidió el fiscal en el juicio) pasa los últimos años de su vida totalmente aislado.  El partido lo sanciona y su mujer se queda en el refugio familiar de Moscú.  Es «liberado» en abril del ´37 tres días antes de su muerte. No es la suya una muerte heroica en el sentido clásico del termino.  No murió como el Che o Santucho peleando con las armas en las manos; ni fusilado por sus enemigos como Julius Fucik o nuestro Alberto Cafaratti; ni aplastado su cerebro por un garrote como Rosa Luxemburgo o Karl Liebknecht.  Murió fuera de la cárcel, en la cama,  casi en soledad.  Y sin embargo su ejemplo de vida nos es imprescindible como altura a conquistar por quienes aspiramos a convertirnos en militantes revolucionarios. Al pensar en su ejemplo viene a la memoria algo que Roque Dalton escribiera sobre Lenin.  Decía que habiendo muchos Lenin, había que elegir el que fuera más útil a los latinoamericanos de finales de los ’60 y que él (al contrario de las corrientes hegemónicas en los PP.CC.), elegía al Lenin de la lucha abierta por el poder y la sublevación armada.

El Gramsci de los Cuadernos de la Cárcel nos hace mucha falta.  Un revolucionario que resiste al triunfalismo del fascismo y que en la cárcel, casi sin libros y sometido a la censura,  va a remontarse a lo más profundo y verdadero del pensamiento marxista para rescatarlo del dogmatismo que comenzaba a ahogarlo.  No es solo por lenguaje carcelario que prefiere denominarlo «filosofía de la praxis«.  Hay que imaginarlo todos esos años de encierro, reflexionando y haciendo anotaciones en las dos mil ochocientos cuarenta y ocho páginas de sus cuadernos, mientras tras los muros era notorio el descenso de la ola revolucionaria pos/Octubre y el ascenso del fascismo a los gobiernos de Italia,  Alemania,  Hungría y Polonia; el cerco a que se ve sometida la revolución rusa y los graves problemas que ya se revelaban en ella.   Como el político práctico que es,  va a concentrarse en los problemas que permitan una estrategia de resistencia y de rearme de las fuerzas diezmadas:  una concepción mucho más compleja e integral del estado, la idea de la hegemonía y de la necesidad de pasar de una «guerra de maniobras» (el asalto a las ciudadelas del poder) a una «guerra de posiciones» (la construcción de contrahegemonía en cada poro de la sociedad), la valoración de lo cultural como  fundamental para el sistema de dominio cotidiano y el papel de los intelectuales «orgánicos» de cada clase. Un político práctico que se apoya permanentemente en la experiencia de las masas, y en la suya propia desde el «Ordine Nuovo» y el Partido Comunista, del cual fuera uno de sus fundadores, algo que gustan olvidar quienes han intentado «apropiarse» de su herencia para fundamentar un posibilismo que él  repudiaba con toda su inteligencia.

«El realismo político «excesivo» (y por consiguiente superficial y mecánico) conduce frecuentemente a afirmar que el hombre de Estado debe operar sólo en el ámbito de la «realidad efectiva», no interesarse por el «deber ser» sino únicamente por el «ser».  El político de acción es un creador, un suscitador, más no crea de la nada ni se mueve en el turbio vacío de sus deseos y sueños. Se basa en la realidad efectiva, pero, ¿qué es esta realidad efectiva? Aplicar la voluntad a la creación de un nuevo equilibrio de las fuerzas realmente existentes y operantes, fundándose sobre aquella que se considera progresista y reforzándola para hacerla triunfar, es moverse siempre en el terreno de la realidad efectiva, pero para dominarla y superarla (o contribuir a ello).  El «deber ser» es por consiguiente lo concreto o mejor, es la única interpretación realista e historicista de la realidad, la única historia y filosofía de la acción, la única política.»  Y ese «deber ser», tan parecido al factor subjetivo guevarista, es el que hoy resalta entre tanto posibilismo marcando un primer elemento demarcatorio en la formación de los cuadros. 

Ocurrió con Gramsci lo que él había analizado de Maquiavelo: «El maquiavelismo, al igual que la política de la filosofía de la praxis  ha servido para mejorar la técnica política tradicional de los grupos dirigentes conservadores; pero esto no debe enmascarar su carácter esencialmente revolucionario»; en todo caso nos corresponde asumir la parte que nos corresponde en la demora por apropiarnos de sus aportes teóricos a pesar de haber sido, gracias a Agosti, sus introductores en la Argentina.

La importancia de los cuadros

Para Gramsci, los cuadros constituyen el elemento fundamental para un proyecto revolucionario: «Se habla de capitanes sin ejercito, pero en realidad es más fácil formar un ejercito que formar capitanes.  Tan es así que un ejercito ya existente sería destruido si le llegasen a faltar los capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, acordes entre sí, con fines comunes, no tarda en formar un ejercito aún donde no existe«.  Lejos de un burdo militarismo, la metáfora  tiene que ver en primer lugar con lo ideológico/cultural.  Afirma que el rol principal le cabe a aquellos cuadros capaces de estar al mismo tiempo en lo más profundo de la masa y en la estructura del partido:  «trabajar para suscitar elites de intelectuales de un tipo nuevo, que surjan directamente de la masa y que permanezcan en contacto con ella, para llegar a ser las «ballenas del corsé»  Conviene revalorizar esta propuesta en un ambiente social donde tanto se ha hecho para desprestigiar la causa de la revolución,  las organizaciones políticas y a los propios militantes revolucionarios. En nuestro caso hemos sufrido  una enorme sangría de cuadros por más de diez años. Cierto es que algunos fueron afectados por la persistencia en la violación de la democracia partidaria, pero los más quedaron prisioneros de una formación dogmática, y al desplomarse el «optimismo histórico»  que los sostenía, se quebraron como tiernas ramitas al viento.   

«El determinismo mecánico se convierte en una fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseverancia paciente y obstinada...» porque se piensa:  «he sido vencido momentáneamente, pero la fuerza de las cosas trabaja para mi y a la larga…». y así la voluntad real se disfraza de acto de fe en cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y primitiva de finalismo apasionado, que aparece como un sustituto de predestinación, de la providencia,  de las religiones confesionales…. »   Uno de los principales motivos de quiebre han sido los debates sobre la historia, y es que el marxismo argentino tiene todavía  cuentas pendientes con ella.  Afectado por décadas de un positivismo extremo que lo condujo al más crudo liberalismo; los intentos de resolver los problemas de interpretación marxista de la historia nacional asumiendo la visión simétrica del revisionismo, no sirvieron para el propósito declarado.  Si el liberalismo positivista tiene una visión apologética del desarrollo de las fuerzas productivas, no importa en que condiciones se realiza y quien se beneficia del mismo y por ello mira con simpatía a la generación del ´80; el revisionismo de corte nacionalista haría lo mismo con cualquier movimiento político que lograra poner en movimiento a las masas populares y  por ello junta en la misma bolsa a Felipe Várela con Rosas o  a Evita con Tosco. 

Algo parecido nos pasó con respecto a nuestra propia historia: muchos pasaron de sostener la «historia rosa» que contaba el Esbozo de Historia (Anteo, 1948), a una actitud de negación total que llega al colmo de pretendernos cómplices de la dictadura militar a quienes fuimos sus víctimas y enemigos.   Hay una recomendación metodológica de Gramsci que creo imprescindible: «Un partido habrá tenido mayor o menor significado y peso, justamente en la medida en que su actividad particular haya pesado más o menos en la determinación de la historia de un país.  He aquí por qué del modo de escribir la historia de un partido deriva el concepto que se tiene de lo que un partido es y debe ser.  El sectario se exaltará frente a los pequeños actos internos que tendrán para él un significado esotérico y lo llenarán de místico entusiasmo.  El historiador, aún dando a cada cosa la importancia que tiene en el cuadro general, pondrá el acento sobre todo en la eficacia real del partido, en su fuerza determinante, positiva y negativa, en haber contribuido a crear un acontecimiento y también en haber impedido que otros se produjesen».   Bien pensada la cuestión aparece la misma base metodológica  tanto de quienes lo veían como una fuerza infalible única portadora del «marxismo leninismo» como en quienes nos adjudican toda la responsabilidad de la derrota. 

Más allá de los documentos y  declaraciones, la acción real de los militantes comunistas organizados se inscribe nítidamente en el campo de las acciones antidictatoriales como lo sabe cualquiera que estudie la génesis  de las luchas obreras de aquellos años, o la formación, funcionamiento y lucha de los organismos de derechos humanos. Claro que no conviene subestimar la dimensión que tuvieron aquellos errores pues debilitaron la capacidad de confrontación, impidieron la construcción de alternativa,  frustraron el sacrificio militante y provocaron la más importante crisis partidaria en 70 años. Y hay que pensar que estos errores, antes de llegar a la política cotidiana, se habían alimentado de lecturas dogmáticas del marxismo, de miradas liberales de la historia, y de visiones conspirativas de la lucha de clases.  Sucede que los aparentes «pequeños» errores en filosofía y teoría marxista se convierten en enormes desencuentros con la historia cuando se llega a la política, como nos ocurrió en 1945 (Unión Democrática), en 1976 (ausencia de análisis de clase  y del proyecto estratégico de la dictadura fascista) o en 1983 (voto a Luder ) para citar solo los ejemplos más notorios y dolorosos.  

Hemos dicho ya, que no estamos haciendo juicios morales o éticos sino valoraciones de eficacia en la lucha revolucionaria.  Y es que el proyecto de partido autoproclamado vanguardia que convocaba un frente democrático nacional que incluía una supuesta burguesía nacional (y sus representaciones políticas) con el objetivo declarado de transitar un proceso pacífico/institucional de transformaciones por etapas, resultó estéril.   Una estrategia revolucionaria, como la que pretendemos fundar desde la concepción de poder popular, requiere de una nueva mirada a la historia de las luchas obreras y de los proyectos revolucionarios que se han desplegado en nuestras tierras, incluyendo la historia del Partido Comunista, por cierto. 

La lucha política como el gran educador de la militancia Para Gramsci la elaboración de un nuevo pensamiento no es precisamente un asunto académico: «Crear una nueva cultura no significa solo hacer individualmente descubrimientos «originales»; significa también, y especialmente, difundir verdades ya descubiertas, «socializarlas», por así decir, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral.  Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria la realidad presente, es un hecho «filosófico» mucho más importante y «original» que el hallazgo por parte de un «genio» filosófico» de una nueva verdad que sea patrimonio de pequeños grupos de intelectuales» Y se pregunta:   «¿Por qué y cómo se difunden, y llegan a ser populares, las nuevas concepciones del mundo?».  «La forma racional, lógicamente coherente; la amplitud del razonamiento que no descuida ningún argumento positivo o negativo de cierto peso, tienen su importancia, pero están lejos de ser decisivas. Lo mismo puede decirse de la autoridad de los pensadores y científicos.  Ella es muy grande en el pueblo.  Pero en rigor, cada concepción del mundo tiene sus pensadores y científicos que poner por delante, y la autoridad se halla dividida.

Se puede concluir que el proceso de difusión de las nuevas concepciones se realiza por razones políticas, es decir, en última instancia, sociales, pero que el elemento autoritario y el organizativo tienen en este proceso una función muy grande, inmediatamente después de producida la orientación general, tanto en los individuos como en los grupos numerosos» Dicho de otro modo, el «sentido común» reaccionario podrá ser modificado en el transcurso de la propia experiencia de luchas de las masas, si reciben –en ese proceso y no desde fuera de él- el debate necesario que derrote los valores y concepciones instaladas por quienes dominan en la sociedad. La gran paradoja para la izquierda revolucionaria es que el enemigo, para garantizar el dominio en el plano de la economía (realizar la reproducción ampliada del capital) acude a la lucha cultural donde instala una dictadura del pensamiento, un monopolio de la circulación de ideas y de productos culturales casi absoluta; pero para romper ese dominio cultural la izquierda debe ir a la lucha política, a la construcción de la resistencia y de la alternativa.  ¿Por qué falló históricamente la izquierda en insertar el proyecto revolucionario en el sujeto social del cambio?  No por falta de aptitud de en la lucha reivindicativa, ni por falta de «inserción social» como vulgarmente se afirma, sino por falta de política revolucionaria, por realizar demasiadas concesiones al «sentido común» reaccionario, por falta de enjundia en la defensa de los principios revolucionarios. 

En pocas palabras, no por exceso de política, sino por falta de ella.  Y para tener más política se requieren militantes capaces de confrontar y derrotar a los grandes popes de la televisión y los diarios; militantes que sigan aquel llamado de Gramsci, que hoy hacemos nuestro: «Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza «