Tipnis, represas hidroeléctricas y reservas naturales (Los Tiempos, 7.9.2012)
BARLAMENTOS
El artículo “La gran batalla contra las represas” del periodista peruano Luis Esteban G. Manrique provocó un tira y afloje mental sobre el conflicto en el Territorio Indígena y Parque Natural Isiboro Sécure (Tipnis), los proyectos hidroeléctricos y las reservas naturales. El tema se presta a reflexión, tanto más importante porque nos atañe tanto como país amazónico, cuanto uno que requiere golpes de timón para llevar la nave nacional a derroteros más venturosos.
La primera pregunta es si el Tipnis entra en el debate. Creo que no. Allí, el problema de fondo es una carretera que corta en dos una reserva natural y un territorio indígena: el proyecto llevará al fin del parque y a la paulatina reducción de tierra indígena por la penetración cocalera. Por un lado, es irrebatible la preservación de la selva más hermosa del mundo, según D’Orbigny, aunque fuera sólo porque los réditos a futuro del turismo ecológico en manos indígenas serán mayores que el auge actual de la cocaína. Por otro, el abuso del Gobierno de Evo Morales al no consultar previamente sobre la carretera a los Mojeño-Trinitarios, Yuracarés y Tchimanes dueños del Tipnis, desdice la imagen de adalid de la Madre Tierra con que se ha orlado al Presidente cocalero a nivel mundial.
Queda la pregunta que plantea Manrique: ¿son las represas nocivas por el daño medioambiental que causan, o constituyen una fuente imprescindible de energía renovable en un planeta que debe dejar la adicción a los combustibles fósiles? A la cita de Marx de que a las obras hidráulicas colosales acompañan grandes despotismos, contrapongo aquella de que si los filósofos han interpretado el mundo, lo importante es cambiarlo, y acoto que para bien de sus habitantes.
La cosa es que dos tercios de los cursos fluviales del mundo pasan por diques y el 20 por ciento de la electricidad generada proviene de domar flujos de agua. En ninguna parte es más pertinente la cuestión que en América Latina, donde el 68 por ciento de la energía limpia y barata proviene de la hidroelectricidad, que además controla los torrentes fluviales y canaliza agua para irrigar yermos. ¿Se han muerto los dorados por Itaipú? No. Más daño causan los deslaves mineros que contaminan sábalos del río Pilcomayo que dan de comer a los Weenhayek. ¿Se secará el Amazonas por las represas hidroeléctricas del río Madera? No.
Más daño ocasiona el cocalero que resbala a cocainero en reservas naturales, cavando zanjas para pisar coca, esterilizando suelos botando agua con ácido sulfúrico, envenenando los alevinos en arroyos.
Pero se da la sinrazón en nuestra parte del mundo, que aunque posee el 31 por ciento del agua dulce del planeta, “500 millones de personas no tienen acceso al agua potable, 125 millones carecen de servicios de saneamiento y el 40 por ciento vive en zonas que cuentan con un 10 por ciento de los recursos hídricos”. En la Amazonia el desafío ecológico y social es aún mayor: es la cuenca hidrológica más grande del mundo, comprende más de 7 millones de kilómetros cuadrados y contiene más de la mitad de los bosques tropicales que subsisten en el planeta, anota Manrique. Es casi el 70 por ciento del tamaño de Europa, del Atlántico a los Urales.
¿Cómo andamos en Bolivia? La mayoría de los torrentes cordilleranos se convierten en ríos que fluyen a la cuenca amazónica, “cuyo caudal descarga el 20 por ciento del agua de todos los ríos que fluyen a los océanos del mundo, es decir un volumen mayor que el de los ocho ríos siguientes”. Sólo la cuenca del río Beni, con su angosto del Bala, tiene un potencial hidroeléctrico de medio centenar de miles de MW, anoté alguna vez. Sin hablar de Rositas, de Misicuni, de perforar pozos en el mar subterráneo del árido Chaco, de irrigar el altiplano en vez de paliar la sed del desierto marítimo despojado, que colmarían la demanda de riego y energía de todo el país. ¿Adónde irían los excedentes? Pues vendidos a Brasil, que de aquí a poco será la quinta potencia mundial.
Pero este es un Gobierno obtuso. Los gamberros de sus “movimientos sociales” torpedearon el Pacific LNG por puerto chileno-boliviano, para que Perú aproveche y venda gas enfriado a líquido a todas partes, incluyendo a su enemigo de 1879. Han soslayado la oportunidad de llegar al mar por las esclusas paralelas a las hidroeléctricas del río Madera, una de las cuales sería binacional y otra nuestra: quedamos sin soga y sin cabrito porque igual las represas del lado brasileño son una realidad. Ahora Perú ofrece energía eléctrica de seis represas a Brasil, por valor de 6.000 millones de dólares anuales.
Las empresas interesadas en explotar recursos naturales con capital y tecnología tienen hoy la oposición de fundamentalistas ecológicos, aviados con leyes impositivas que les favorecen en sus países, que quisieran dejar para muestra la naturaleza “virgen” que queda en otros, so pretexto de salvar el planeta. Miran la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio, si quizá mayor daño hace la contaminación de sus fábricas y automotores, que la generación de metano provocada por inundar montes con los reservorios de represas hidroeléctricas. ¿No es la capacidad de renovarse una de las maravillas de la naturaleza? Por eso sostengo que la preservación de los 60 parques y reservas naturales bolivianas será posible con los ingresos del turismo ecológico a sus indígenas, quienes serán sus guardianes. ¿O es que la selva debe dejarse a la depredación de cocaineros, cazadores furtivos y taladores de monte?
El autor es antropólogo
winstonest@yahoo.com.mx
Por: Winston Estremadoiro Columnista