Sin nuestras propias revistas académicas latinoamericanas seríamos mudos (Eduardo Gudynas, 2.10.17)
Las revistas académicas que ofrecen los resultados de investigaciones, ensayos e incluso entrevis-tas, tienen una muy larga historia en América Latina. A lo largo del siglo XX se convirtieron en una de las plataformas más usadas para debatir todo tipo de cuestiones sociales, políticas y económicas, y en ellas, el ensayo tuvo un fuerte protagonismo.
Un aporte al festejo de los cien números de la revista Ecuador Debate, publicada por el CAAP en Quito.
Aquella situación es comprensible ya que conocidos ensayistas desempeñaron papeles cruciales en el devenir de nuestro continente en el siglo XX. Uno de los ejemplos más conocidos para esas tempranas manifestaciones fue la revista peruana “Amauta”, promovida por un grupo de intelectuales peruanos liderados por José Carlos Mariátegui, quien a la vez también ilustra el enorme efecto del ensayo como estilo, en sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. En esa misma tradición se insertaron una gran diversidad de revistas que en distintos países ofrecieron amplios espacios a distintos análisis desde las ciencias sociales. La revista Ecuador Debate, que vive un momento de celebración con el presente número cien, debe ser incluida dentro de esa rica tradición.
Sin embargo, en el siglo XXI, las revistas académicas latinoamericanas enfrentan problemas cada vez más complejas. Se impone la idea que la calidad y originalidad de las publicaciones sólo es posible si se imita el estilo y estructura de las revistas científicas en manos de las grandes editoriales comerciales del hemisferio norte, los conocidos journals. Se espera de ellas que sean medios para difundir una producción científica encapsuladas en un mundo que habla y piensa en inglés. El estilo del ensayo es considerado como anticuado y en cambio se apuesta a comunicaciones cortas, muy específicas, y mejor si son matematizadas. A su vez, la propia mirada multidisciplinaria del ensayo y su diálogo con las realidades locales, nacionales o latinoamericanas, lo vuelven incómodos para los actores académicos, políticos o empresariales que prefieren el orden y la calma.
Este tipo de trabas, tensiones y controles refuerza otra vez un cierto papel subordinado de la América Latina que genera y recupera saberes, que apuesta a discutirlos en sus propias lenguas y en sus propias revistas. Esta situación de alguna manera recuerda la aguda pregunta de Gayatri Chakravorty Spivak: ¿puede hablar el subalterno? (Spivak, 2003).
Tomando esa interrogante como inspiración es posible replantear como pregunta análoga si es posi-ble que nosotros, los latinoamericanos y latinoamericanas, en tanto actores subordinados en esa globalización del conocimiento, podemos expresarnos sin contar con nuestras propias revistas aca-démicas de ensayos. Sin nuestras propias revistas, con sus propios estilos, ¿no seríamos académi-camente mudos? Es que se nos dice que sólo podríamos recuperar el habla, en el sentido de ser escuchados, si nos expresamos en el formato de esos journals y en inglés.
El presente texto ofrece algunas reflexiones personales sobre esa cuestión, reconociendo que preva-lecen muchas dudas y que las respuestas que comparto son en varios casos apenas esbozos. Pero es también una reflexión que surge de acompañar a la revista Ecuador Debate, con la clara convicción que este tipo de publicaciones, esa pasión puesta en editar cada número y en asegurar calidad y pluralidad, son indispensables para romper con ese tipo de subordinación.
Las revistas académicas como medio y el ensayo como estilo
Un repaso a la historia de algunas de las revistas académicas más influyentes en América Latina muestra una y otra vez la poderosa presencia de textos que corresponden al estilo del ensayo. Las definiciones de ese estilo son muy diversas (por ejemplo en Weinberg, 2007), aunque puede señalar-se que caracteriza un género no ficcional, con interpretaciones informadas y argumentadas, que apela a todo tipo de evidencia, desde la entrevista del etnógrafo hasta los indicadores monetarizados del economista. Por lo general apuestan a visiones críticas e independientes, buscando revelar lo que no siempre aparece como evidente. Lo hacen en unos casos exhibiendo procesos y circunstancias, en otros insinuándolas, obligando a que el lector se haga esas preguntas que resultan incómodas y removedoras. Pero como el propio término indica, siempre tiene un sentido provisorio; es un intento de interpretación o análisis, una propuesta de otras miradas o interpretaciones.
A nadie escapa que el estilo ensayístico ha sido cuestionado una y otra vez. Se lo ha acusado entre otras cosas de caer en una narrativa literaria, con textos novelados que lo alejan de las obras que se esperan de un científico que debería ser objetivo e independiente.
Pero por otro lado, impresiona la vigorosa presencia del ensayo en la historia de nuestro continente. Ya en el siglo XIX se contaba con figuras como Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento o José Martí, para nombrar a algunos. La transición al siglo XX alberga a autores como Manuel González Prada o la eclosión del arielismo de José Enrique Rodó. En los años siguientes se suman otros ensayistas notables como José Carlos Mariátegui, Alfonso Reyes, Franz Tamayo o Ezequial Martínez Estrada, otra vez nombrado sólo algunos casos para distintos países. Esta fue una perspectiva que sumó a muchos otros nombres a lo largo del siglo (véase el resumen por ejemplo en Oviedo, 1990; ejemplos destacables en la recopilación de Skirius, 1994).
En ese tipo de circunstancias proliferaron todo tipo de revistas académicas que incluían los clásicos reportes técnicos junto a textos que son identificables como ensayos. La definición de revista acadé-mica, y dentro de éstas, en especial las que publican ensayos, también es compleja y debatible. De todos modos, a los fines del presente análisis, se las aborda en un amplio sentido, entendiéndolas como publicaciones periódicas, que no tienen fines comerciales y que ofrecen artículos que son en su mayoría originales, que guardan la formalidad básica de las comunicaciones académicas y donde se ventilan cuestiones que se originan en distintas disciplinas académicas.
Un gran empuje en ese tipo de publicaciones se vivió en las décadas de 1970 y 1980, acompañando en unos casos los momentos de ebullición intelectual y en otros como resistencia a los autoritarismos. Surgieron todo tipo de revistas académicas, donde publicaban destacados intelectuales, con distinto grado de activismo, abordando temas conceptuales pero a la vez articulados con la coyuntura. Eran leídas con atención, y eso generaba a su vez nuevas polémicas.
Como los promotores de ese tipo de publicaciones, sus objetivos y los textos que ofrecían son diversos, es oportuno ofrecer algunos ejemplos. Por un lado, hay un amplio conjunto que respondió a un esfuerzo editorial desde las universidades. Por ejemplo, los Cuadernos del CENDES fueron lanzados por el Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela. Esta revista, que comenzó a publicarse en 1962, también muestra un compromiso que estaba explícito desde un inicio bajo el título de su presentación: “investigación y política” (Vessuri, 2009).
Otro tipo de revista de ensayos se originó en académicos actuando por fuera de las universidades, sea por decisión propia como por imposición de las circunstancias políticas en sus países. Un caso ilustrativo es la reconocida revista brasileña Estudos Cebrap, que fue lanzada en 1971 por una orga-nización no-gubernamental fundada en 1969, el Centro Brasileiro de Análisis e Planejamento. Allí se cobijaron docentes que perdieron sus puestos de trabajo en las universidades estatales bajo el régi-men militar brasileño. Desde un inicio, sus contenidos animaron muchos debates nacionales como internacionales. Por ejemplo, en su primer número se publicó “Teoría da dependência ou análises de situações de dependencia” por Fernando Henrique Cardoso, un artículo que a su vez fue parte de variadas polémicas en distintos países.
También han existido revistas que decididamente se presentaron como un proyecto de incidencia política. Esto se puede ilustrar con Socialismo y Participación, una revista que también fue presenta-da por una ONG, el Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (CEDEP), con sede en Lima. Esta revista nació en 1977 bajo un gobierno militar, con el propósito de reflexionar sobre esa coyuntura peruana, pero a la vez defender el programa revolucionario del anterior gobierno (bajo Juan Velasco Alvarado). En el número 1 de la revista, la presentación del consejo editorial dejó esto en claro en su título: “Hacia una izquierda socialista, nacional y popular”.
El contenido temático de ese tipo de revistas era muy amplio, y muchos de sus textos acompañaban los debates nacionales. Para ilustrar esa diversidad y articulación es apropiado repasar el caso de Ecuador Debate. Esta revista comenzó a editarse en 1982 (su primer número estuvo dedicado al campesinado y el desarrollo rural), y a lo largo de 35 años se cubrió una impactante diversidad de temas.
Muchas de las cuestiones centrales de cada número se articulaban con las coyunturas del momento. Por ejemplo, tras el triunfo electoral de Rafael Correa en noviembre de 2006, al mes siguiente, el número 69 de Ecuador Debate ya ofrecía artículos que analizaban el resultado electoral. A los pocos meses de aprobarse la nueva Constitución de Montecristi, el número 75 (diciembre 2008) fue dedica-do a las innovaciones y retos constitucionales (incluyendo por ejemplo análisis sobre el Buen Vivir, la plurinacionales e interculturalidad, y el papel de la descentralización).
Ecuador Debate también fue de una de las primeras revistas donde se compartieron hallazgos sobre las limitaciones de los extractivismos, sus impactos sociales y ambientales, y las alternativas. En el No 79, de abril de 2010, se pueden leer uno de los primeros balances físicos de la economía ecuato-riana, un repaso a las contradicciones entre los discursos progresistas y su gestión de los recursos naturales y los territorios, y revisiones sobre algunos sectores extractivistas en Argentina, Bolivia y Ecuador. Un año más tarde, en el No 82 (abril 2011), se retomó el tema pero sumándole las primeras reflexiones que abordaban las transiciones de salidas al extractivismo. Siguiendo el camino de la exploración de las alternativas, en Ecuador Debate número 92 (agosto 2014), se discutieron las op-ciones en energía, con contribuciones sobre la situación en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, así como en toda América Latina.
Esta revista también ha abordado cuestiones controvertidas ofreciendo visiones plurales; esto se puede ver en el No 84 (diciembre 2011), dedicado a los debates sobre el Buen Vivir donde se leen todo tipo de posiciones (desde el escepticismo de José Sánchez Parga al apoyo de Alberto Acosta).
En otros casos, en la revista se encuentran artículos que preanunciaban cuestiones que se discutirían con pasión años más tarde, en una suerte de prefiguración política escrita. Un ejemplo es el No 48 sobre etnicidades e identificaciones, que aunque fue publicado en diciembre de 1999, ofrece discu-siones que preanunciaban temas como la plurinacionalidad o las nuevas argumentaciones para el diálogo intercultural, que alcanzarían enorme relevancia tiempo después. En otros casos la revista se atrevía a la osadía: en 1988, el comité editorial afirmó que Ecuador era un país saqueado por un go-bierno neoliberal y autoritario, pero de todos modos se atrevió a abordar el tema de “utopía y socie-dad” (No 15).
Al repasar los distintos números estremece que algunos problemas se repiten una y otra vez, y aque-llos viejos textos abordan cuestiones que reaparecen en estos tiempo. Por ejemplo, en el No 32 (agosto de 1994) al tratar el “discurso político y elecciones”, se analiza precisamente a quien se pre-sentaba en esos años como el “líder de los pobres” que llevaría al final de la pobreza y la oligarquía (que en ese momento era Abdalá Bucarán), un llamado que otros líderes repetirían años después. Otro tanto sucede con el abordaje sobre las “repúblicas petroleras”, en el No 58 (abril 2003), donde todos sus artículos siguen vigentes, ya que hay varios países que siguen dependiendo de los hidro-carburos.
Ecuador Debate además muestra un acompañamiento de lo que sucede en Ecuador como en los países vecinos. Por ejemplo, el No 89 (agosto de 2013) está dedicado a las “nuevas luchas sociales”, ofreciendo distintos abordajes a las movilizaciones estudiantiles en Chile (las protestas de los pingüi-nos), a la irrupción en calles y plazas en España o a la primavera árabe.
El devenir de las revistas de ensayos
Los ejemplos de más arriba muestran la enorme importancia de estas revistas. A lo largo de más de un siglo, las revistas académicas han sobrellevado todo tipo de cambios; las primeras convivieron con el linotipo, luego convivieron con las fotocopiadoras, y ahora coexisten con el mundo digital. Han enfrentado todo tipo de circunstancias políticas, editándose bajo democracias o dictaduras, y han navegado sobre los vaivenes económicos (Ecuador Debate comenzó vendiéndose en sucres y ahora lo hace en dólares).
Estas y otras dificultades han afectado a ese conjunto de revistas. Muchas de ellas han desaparecido; por ejemplo, la peruana Socialismo y Participación se mantuvo durante 32 años y dejó de publicarse en 2009. Otras se reformularon varias veces, como ocurrió con los Cuadernos del CENDES que se relanzó en sucesivas nuevas épocas, o bien se creaban nuevas versiones, como ocurrió en Cebrap al presentar sus Novos Estudos. A pesar de todos hay revistas que se mantienen en su esencia, más allá de modificaciones en su presentación y diseño gráfico; uno de los casos más claros es Nueva Sociedad, editada por la Fundación F. Ebert (esta revista comenzó a publicarse en 1972). Incluso hay algunas novedades representadas por nuevas revistas de ensayo promovidas por los gobiernos progresistas (1).
Pero las mayores amenazas a estas revistas no se deben a esas modificaciones tecnológicas, sino a las sustanciales transformaciones que han ocurrido en el mundo académico y en sus audiencias, los potenciales lectores, y solo limitadamente a las circunstancias políticas. Sus consecuencias no se reducen únicamente a la permanencia de este tipo de publicaciones sino que, como se adelantó en la introducción, terminan reforzando la subordinación de los saberes latinoamericanos.
En efecto, un primer factor reside en la apabullante diseminación de un estilo de comunicación aca-démica basado en el modelo de los journals del mundo anglosajón – un término posiblemente simplista pero que sirve para ilustrar esa condición. Son revistas acotadas a campos disciplinarios, con artículos que tienden a ser más breves, que siguen una estructura más rígida (muy emparentada con la comunicación de resultados de diseños experimentales), bajo un sistema de revisión ciega realizada por otros académicos (peer review), usando el inglés como lingua franca.
Ese modelo se ha difundido en todo el mundo, y a su interior existe una fuerte jerarquización basada en indicadores de impacto de cada revista (referidos por ejemplo al número de citaciones que reciben sus artículos). Las revistas de mayor impacto están controladas casi todas por asociaciones, instituciones o grupos editoriales ubicados en los países industrializados, y a su vez son publicadas por grandes corporaciones también ubicadas en ese norte global.
Los sistemas universitarios latinoamericanos en su mayoría se han volcado hacia ese modelo, lo que tiene unas fuertes consecuencias. Por un lado, privilegian con mayores calificaciones de desempeño e incluso con compensaciones salariales, la publicación de artículos en esos journals. Un joven inves-tigador sabe que obtendrá más puntos en un próximo concurso si uno de sus textos aparece en inglés en una de esas revistas, y por lo tanto hay un desincentivo para que envíe sus manuscritos a las revistas criollas. La prioridad está en publicar papers y no en los ensayos (donde la proliferación del término paper en inglés intercalado en el habla castellana y portuguesa académica es de por sí ya un indicador del profundo impacto de esa perspectiva en América Latina). Por otro lado, las propias universidades y agencias de investigación científica tienen las mismas preferencias, y eso ha desembocado en exigir a las revistas latinoamericanos que se rediseñen a la imagen y semejanza de los journals del norte. En algunos países, desde el Estado se reclama esa reconversión para mantener ayudas financieras, o se introduce una categorización entre tipos de revista que a su vez incide en las evaluaciones de las universidades o los investigadores. Este proceso está en marcha y las tensiones no están saldadas, aunque impacta negativamente sobre las revistas.
El entramado de journals y sus editoriales que supuestamente sirve de modelo, en realidad está en el centro de fuertes críticas. Se ha cuestionado esa imagen del journal como vía de comunicación cientí-fica altruista que serviría para el avance del saber, porque en realidad la mayor parte de ese tipo de revistas están en manos directa o indirectamente de grandes corporaciones editoriales que las mane-jan como un negocio y su interés está en la tasa de ganancia.
En efecto, ese conjunto está compuesto por poco más de 28 mil journals (indicadores a 2014), que publican aproximadamente 2,5 millones artículos por año (Ware y Mabe, 2015). El 95% son arbitrados (creciendo a un ritmo de 3,5% por año), y el resto son los llamados híbridos, que incluyen algunas secciones periodísticas. Casi todas esas revistas, salvo excepciones, están disponibles en la web.
El mercado de esas revistas y el de libros académicos y herramientas online asociadas, está estima-do en US$ 25,2 mil millones (para el año 2013; creciendo al 4% por año). Es un mercado concentrado en Estados Unidos (55%), seguido por otros países industrializados; entretanto, el resto del mundo, incluyendo América Latina y buena parte de Africa, apenas representan el 4%. Es un negocio enorme para las empresas editoriales, estimándose que los journals proveen el 40% de las ganancias (los ingresos se deben sobre todo a las subscripciones de las bibliotecas de las universidades, mientras que las suscripciones personales son solo el 3%) (Ware y Mabe, 2015).
Desde el punto de vista de los lectores, especialmente los latinoamericanos, ellos tienen que enfren-tar textos que en su mayoría están redactados en inglés y en revistas con unos costos de subscrip-ción astronómicos. Desde la mirada de los posibles autores, ellos tienen que someter sus manuscri-tos en inglés, pasar por una revisión que lleva meses (o años), y en algunos casos tener que pagar costos por administración o por página. Atendiendo a las circunstancias de nuestros países, queda en clara una asimetría notable: mientras que una revista como Ecuador Debate logró dedicar un número a la nueva Constitución de Montecristi en el mismo año en que fue aprobada, los artículos científicos sobre ese mismo tema aparecieron en esos journals varios años después, en inglés, son muy caros y tienen limitadísimas repercusiones en las discusiones ecuatorianas.
Es que existen muchas dudas sobre el verdadero efecto de ese enorme volumen de publicaciones en los journals. Por ejemplo, la revisión de Meho (2007) encontró que aproximadamente el 90% de los artículos en las revistas académicas nunca eran citados, y que hasta el 50% de los textos nunca eran leídos por otros que no fueran los autores, los revisores y los editores. Estas afirmaciones, por supuesto, fueron cuestionadas por otros investigadores, aunque se reconocen la dificultad para evaluar adecuadamente la proporción de lecturas. Un estudio de Evans (2008), a partir de los artículos disponibles en la web, encontró que aunque su número aumenta, las citaciones que concentran cada vez más en un menor número de textos y además en las publicaciones más recientes. La discusión que generaron hallazgos como esos, a su vez brindó otras informaciones relevantes. Por ejemplo, Larivière y colab. (2009), al analizar un enorme conjunto de artículos publicados desde 1900, si bien reportó niveles de citaciones más altos a lo reportado por Evans (2008), halló unas impactantes diferencias entre campos académicos. Por ejemplo, en medicina, hacia el año 2000, más del 80% de los artículos en medicina reciben alguna cita en los cinco años a su publicación, pero en humanidades son menos del 20%. O sea que más de dos terceras partes de lo que publica en ciencias sociales en inglés, nadie lo cita.
Paralelamente, los indicadores de citaciones e impactos también son muy cuestionados. Los instru-mentos utilizados incluyen varios conocidos, sin duda útiles pero también onerosos, y que dependen de empresas. Son por ejemplo los casos de Web of Science (suministrado por Thomson Reuters), Science Direct o Scopus (promovidos por la editorial Elsevier). A ellas se suman otras herramientas de acceso libre que están alcanzando gran cobertura (como Google Scholar). Esto ha desembocado en una cuantas voces de alerta sobre la relevancia de ese indicador (un ejemplo de esto es la adver-tencia de Verman, 2015, editor en jefe de los Proceedings de la National Academy of Sciences de Estados Unidos).
También se superponen opiniones muy diversas sobre la eficacia del sistema de referato, sobre su real independencia y sus efectos en promover o impedir investigaciones originales. Por si fuera poco, han estallado distintos escándalos sobre irregularidades en ese procedimiento (por ejemplo, Ferguson, Marcus y Oransky, 2014).
Más de una vez se ha sostenido que ese modelo de journal es el que debe seguirse, oponiéndolo a las revistas académicas latinoamericanas clásicas, incluyendo a las de ensayo, las que son tildadas como un canal anticuado y de menor calidad. Sin embargo, los elementos indicados arriba muestran que la comunidad académica queda atrapada en varias contradicciones con los journals, en tanto no aseguran el acceso libre al conocimiento sino que sirven a la ganancia de un puñado de grandes empresas, no siempre los referatos aseguran calidad ni novedades y ni siquiera hay seguridades que lo que allí se publica sea leído. Esto hace que los que se autodenominan científicos, supuestamente más racionales para evaluar las evidencias, quedan maniatados en un sistema que aparece como irracional aunque económicamente ventajoso para unos pocos (2).
El devenir de autores y lectores
Paralelamente a los cambios en el ámbito de las revistas académicas, otro tanto ocurre con los auto-res y lectores. En este caso también es apropiado compartir algunos apuntes.
Una mirada histórica a las revistas de ensayo muestra que los autores en sus páginas por lo general han sido calificados como “intelectuales” (o bajo algún término análogo). Es también común que se describa como “científicos” a físicos, químicos, biólogos, etc., quienes publican textos mucho más acotados, corrientemente derivados de sus ensayos experimentales y en revistas que son específicas a cada materia. Sin duda existen muchas superposiciones entre esas dos categorías, pero a los fines del presente artículo basta esta distinción genérica.
Es que la cuestión que deseo dejar en evidencia es que esa diferencia expresa una división entre una producción “científica” como propia de ciencias duras, más objetivas, replicables y predecibles, en-tendidas como más útiles y serias, frente a publicaciones como los ensayos propios de los “intelectuales”, o sea menos “científicos”, no siempre refutables desde la estadística, y por ello opinables o difusos. Este es otro flanco de ataque a las revistas de ensayo, ya que nutre los resquemores de concebir al estilo ensayístico es una expresión de un saber ilustrado de menor calidad al saber del experto. Esta divergencia es otra expresión del mismo proceso que privilegia a los journals sobre las revistas académicas latinoamericanas que se analizó arriba.
Detrás de todo esto está la influencia de unas concepciones específicas sobre la ciencia, basadas en la herencia cartesiana, instrumental, que apuesta a una objetividad basada en distanciarse de los procesos sociales. Siguiendo ese camino se suman visiones weberianas sobre el científico, la nece-sidad popperiana del falsacionismo, o las más reciente obsesión con la estadística.
Es común que se apela a metodologías basadas en sistemas y modalizaciones, privilegiándose así unos modos de investigación sobre otros. Un buen ejemplo de esto se encuentra en el análisis del Nobel de economía, Paul Krugman (1997), al desechar a la economía del desarrollo ejemplificada en economistas como Albert Hirschsman (un autor muy cercano al estilo ensayístico y de enorme in-fluencia en América Latina; véase por ejemplo Hirschman, 1964), por su inhabilidad para generar modelaciones matemáticas. Dicho de otro modo, no puede haber una economía que sea política si no es formalizable en una modelización matemática.
Esas posturas convencionales insisten en que el verdadero trabajo científico brindaría datos sobre todo cuantificables (físicos, materiales), buscaría romper con las ideologías (entendida como saber distorsionado) y resultaría desde una exterioridad a lo que se estudia. Como contracara, casi siempre se asume que el ensayo viene de la pluma de los intelectuales que están inmersos en distintos pro-cesos sociales, sesgados por las ideologías, donde la narrativa prevalece sobre los indicadores numéricos.
Esto es comprensible ya que las concepciones sobre qué es y qué hace un intelectual también son objeto de debate, y han oscilado entre calificaciones tanto negativas como positivas (véase Williams, 2003). La imagen del intelectual como persona repleta de conocimientos, ilustrado, comprometido con la sociedad y con un talante de izquierda, sigue recibiendo muchas adhesiones. A ellos se han sumado algunos que priorizan imágenes y efectos, a tono con otras plataformas de comunicación como televisión e internet. Un buen ejemplo es el filósofo esloveno Slavoj Žižek, que sin duda es un ensayista, aunque distinto a muchos otros por mezclar filosofía y psicoanálisis lacaniano, con citas a películas y series de televisión (y que a pesar de su éxito, algunos de sus colegas confiesan que sus textos no son más que un embrollo).
En la actualidad, esos intelectuales, y en especial los que trabajan en universidades, enfrentan unas condiciones limitantes para poder seguir participando de las revistas de ensayo. Muchos de ellos, especialmente los más jóvenes, no sólo no tienen estímulos institucionales para publicar en ese tipo de revistas, sino que incluso eso puede ser perjudicial para lograr buenos puntajes en sus evaluacio-nes o concursos. Algunos apuestan a los journals por convicción mientras que otros no encuentran otras opciones que publicar papers en lugar de ensayos.
La audiencia a la que apuntan las revistas de ensayos también está cambiando. Puede asumirse que el universo de lectores potenciales aumentó sustancialmente, en especial por al incremento de la matrícula universitaria en todos los países. Pero entre esos más jóvenes hay una preferencia por textos cortos e imágenes (fotografías, infografías o videos), en otros soportes de comunicación, notablemente los digitales. Esa audiencia navega en una avalancha de minitextos que aparecen en la web en blogs, portales de noticias, videos, mensajes de Facebook o microtextos en twitter. La extensión, los tonos y los ritmos de ese tipo de mensajes son muy distintos a los que ofrecen las revistas de ensayo.
En todos los países se señalan que los jóvenes se enfocan cada vez más en esas plataformas digitales, saltando de un contenido a otro, reemplazando el análisis por un click en el ícono de “me gusta”. Por ejemplo, circuló en muchos países del Cono Sur una carta abierta de un docente de una pequeña universidad de Uruguay que renunciaba a dar clases en la carrera de periodismo cansado de “pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook”, y por lidiar con estudiantes que aunque estudiaban periodismo no le veían sentido a estar informados (3).
Este no es un drama latinoamericano y condiciones similares se repiten en los países industrializa-dos. Por ejemplo, el conocido Mark Fisher en sus ensayos sobre el “realismo capitalista” relata sus experiencias en un instituto terciario británico. Cuando pedía a los estudiantes que leyeran más de un par de oraciones muchos protestaban que no podían hacerlo y que eso era aburrido; ese aburrimiento no se debía al contenido de los textos sino que estaba en el propio acto de leer en tanto eso les exigía desconectarse de la “matrix comunicacional de sensaciones y estímulos” que provenían de YouTube, los celulares o la comida rápida (Fisher, 2016).
Más o menos las mismas situaciones se repiten en secundarios y universidades de toda América Latina, invadidas por las tablets, celulares y otras formas de interaccionar con la información, intermi-tente pero repetida, hedonista y efectista. Fisher agrega que a “algunos alumnos les gustaría que Nietzsche fuera como una hamburguesa; no logran darse cuenta (y el sistema de consumo en la ac-tualidad alienta este malentendido) de que la indigestibilidad, la dificultad, eso es precisamente Nietzsche” (cursivas de Fisher, 2016).
Esto hace que de alguna manera, las revistas de ensayo en papel sean una vez más para una mino-ría, como ocurrió con el ensayo en el siglo XIX y a principios del siglo XX, cuando sólo ciertas clases eran alfabetizadas y dentro de ellas solo unos pocos se interesaban en ese tipo de publicaciones. Pero recordemos que incluso en aquellos tiempos, los ensayos tenían una enorme influencia y nada impida que eso se repita bajo el contexto de la efemeridad digital actual.
Subordinación epistémica
A partir del breve repaso sobre las condicionantes que ahora enfrentan las revistas de ensayo y los cambios en sus audiencias, es posible dar un siguiente paso. La imposición de publicar en medios bajo el formato journal, y en especial en los del norte global, tiene efectos sustanciales en la genera-ción y flujo de los conocimientos. Es que para ingresar a ese tipo de revistas hay que hacerlo en inglés, y casi siempre es necesario adaptarse a los temas de moda en ese ámbito, citar a los autores presentes en ese espacio, y ser funcionales a un cartesianismo convencional. Muchas cuestiones nacionales e incluso locales no tienen cabida bajo ese marco; una parte sustantiva de la producción latinoamericana en castellano o portugués tiende a desaparecer y sólo ingresa la que se considera relevante a los actores dominantes en el mundo de los journals (4).
No apunto a quién publica qué, sino a un proceso más profundo que contribuye a una subordinación epistémica, no sólo en los temas que se tratan, sino en el modo mismo en que se generan los cono-cimientos y discurren los intercambios. Esta no es una situación que deba caricaturizarse como una imposición desde el norte, porque la misma postura es promovida con enorme energía por académi-cos e instituciones en América Latina, quienes están convencidos que ese es el mejor procedimiento. Estamos ante un modo de entender, producir y reproducir los saberes intelectuales.
De este modo, entre las distintas formas y vías para lidiar con la reflexión y análisis, siguen presentes los modos convencionales de imponer metodologías, teorías, modelos, etc., de la mano con excluir otros. Es así que por un lado en muchas cátedras o departamentos universitarios se imponían las posturas propias del reduccionismo de mercado, una sociología cuantitativa, la gobernanza del Estado mínimo, etc., mientras que a la vez se excluían otros temas, como las economías críticas, las dinámicas de los movimientos sociales o las implicancias de los extractivismos. Este no es un tema nuevo (por ejemplo, ver las tempranas advertencias de Hinkelammert, 1990, sobre los controles a la libertad académica).
Pero además aquí operan procesos más profundos, donde se impone un cierto tipo de saberes, incluso bajo una violencia epistémica (siguiendo con la idea de Spivak, 2003; véase además Teo, 2010). Esta a su vez puede rastrearse a una colonialidad del poder y los saberes propios de la Mo-dernidad (analizada entre otros por Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Santiago Castro-Gómez, Ramón Grosfoguel, etc.; véase Mignolo, 2010; Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007).
Otros procesos operan por la apropiación de las discusiones latinoamericanas para re-presentarlas en ese formato de saberes del norte. Se toman las cuestiones en debate en América Latina, y se las reconstruye o regeneran en los cánones y estándares de esa ciencia global, y se las publica en el formato de los journals en inglés.
La conocida socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui sostiene que si bien las “ideas recorren, como ríos, de sur a norte, y se convierten en afluentes de grandes corrientes de pensamiento”, pero así como hay un “mercado mundial de bienes materiales, las ideas también salen del país, converti-das en materia prima, que vuelve regurgitada y en gran mescolanza bajo la forma de producto termi-nado” (Rivera Cusicanqui, 2010). Su testimonio refleja su interpretación sobre el manejo de sus ideas al ser tomadas por esa maquinaria académica que, desde una exterioridad, captura los saberes loca-les para volver a presentarlos en un nuevo formato adaptado a las exigencias de academicidad de ese norte global.
En esas interacciones, buena parte de los ensayistas sudamericanos queden relegados a un status similar al del “informante calificado”; es como si se aceptara que ellos hacen un esfuerzo valioso pero que no es suficientemente académico, y por lo tanto debe ser reformateado bajo otro lenguaje, otras referencias bibliográficas (mejor si están en inglés o en francés), y que sólo serán legitimados cuando estén publicados en inglés en uno de esos journals.
En este otro entramado aparecen circuitos de citaciones entre autores que se legitiman sobre todo entre ellos, imponen ciertos cánones sobre terminologías e ideas, y poco a poco se distancian de las coyunturas nacionales latinoamericanas y sus urgencias sociales y políticas. Aquí operan investigadores tanto latinoamericanos como no-latinoamericanos, no es un asunto de nacionalidad sino de actitud. Asimismo, como puede verse, en esta dinámica tiene una enorme importancia la prevalencia de un formato de publicación, al estilo journal.
Estas no es una cuestión acotada a opciones ideológicas, ya que se repite al interior de cualquiera de ellas. Así, los que defienden las convencionalidades mercantiles apelan a un canon internacional donde citan repetidamente a Friedrich Hayek o Milton Friedman; los que apuestan a visiones críticas hacen otro tanto con autores como David Harvey o Tony Negri.
Desde dentro de esas modas de las citaciones como legitimación se pierden de vista que en varios casos existen orígenes latinoamericanos en muchas de esas ideas. Consideremos como ejemplo el libro “Commonweatlh” de Michael Hardt y Tony Negri (2011). Un examen atento de varios de sus contenidos muestran que son una reapropiación (o incluso una copia) de ideas y debates latinoameri-canos sobre cuestiones como la colonialidad del poder, raza o modernidad, pero sin reconocer ese origen, sin dialogar con esas propuestas originales, y por supuesto, sin citarlas (véase el detallado análisis de Driscoll, 2011). En ese libro, Hardt y Negri se presentan como autores, por ejemplo, de la idea de complementaridad entre la modernidad, la colonialidad y el racismo, pero sin referencias adecuados a los pensadores que las propusieron originalmente, como Enrique Dussel, Aníbal Quijano, la propia Silvia Rivera Cusicanqui (todos ellos latinoamericanos), y ni siquiera a los que desde el norte han difundido a su manera esas ideas, como Walter Mignolo o Arturo Escobar.
Entonces, quienes llegan por primera vez a esas cuestiones o los que solo transitan ese mundo de artículos y libros en inglés aclamados por el canon, ignoran esos antecedentes latinoamericanos y sólo citarán a Hardt y Negri. Que los citen no es la cuestión, sino que prevalece la idea que ellos son padre y madre de esas ideas. Esto sella la invisibilidad de los saberes y debates aquí en América Latina.
Se observa una curiosa situación donde se escriben todo tipo de reviews en inglés que reproducen nuestras propias discusiones. Y tras ellos, muchos autores latinoamericanos los citan y tienen a repe-tirlos una y otra vez. Con ello se cierra todavía más la subordinación ya que hay investigadores lati-noamericanos que prefieren discutir y citar a esos papers en inglés antes que a las publicaciones originales que tuvieron lugar, por ejemplo, en revistas de ensayo. Es como si únicamente por medio de ese tipo de artículos, en inglés y en ciertos journals, pudieran certificarse una verdadera calidad académica.
En el debate sobre extractivismo está ocurriendo otro tanto. Su particular abordaje conceptual se originó sin duda en América del Sur (y entre otros países en particular en Ecuador), y viene siendo retomado y rediseñado en publicaciones en inglés desde otros continentes. Se genera una nueva construcción conceptual que dialoga especialmente con autores del norte y tiene lazos más inciertos o contradictorios con los hechos que realmente ocurren en nuestros países, pero de todos modos, esos reviews en inglés pasan a ser citados ahora como referencias de origen desde América del Sur.
El idioma tampoco es una cuestión menor. La prevalencia del inglés hace que se piense y se sienta en inglés, y el castellano y el portugués quedan relegados, y todavía más las lenguas de los pueblos originarios. Se asumen equivalencias distorsionadas como por ejemplo asumir que “Commonwealth” es un análogo a la idea andina de comunidad, o que “welfare” corresponde al sumak kawsay. Frente esto es oportuno retornar a Rivera Cusicanqui (2010) cuando recuerda que los orígenes de los llama-dos estudios subalternos estaba en académicos de la India que si bien pertenecían a una elite ilustra-da, su “diferencia radicaba en la lengua, en la radical alteridad que representaba hablar bengalí, hindi y otros idiomas de la India”. Sin embargo, los estudios culturales tal como fueron promovidos por algunas universidades norteamericanas, continúa Rivera Cusicanqui, generan aparatos de referencia y contrareferencia desprovistas de aquella urgencia política. Los ensayos de Rivera Cusicanqui interca-lando una y otra vez conceptos aymara son pioneros en ese tipo de hibridización creadora que respeta los saberes latinoamericanos.
Advierto que no tiene nada de malo en sí mismo que otras comunidades académicas produzcan sus propias versiones sobre la colonialidad, modernidad, extractivismos o cualquier otra cuestión latinoa-mericana, y lo hagan en sus propios idiomas, ajustadas a sus contextos. En cambio, estoy llamando la atención sobre otras cuestiones, que pueden recapitularse como sigue: Puede observarse que hay muchos papers en los journals que en su esencia repiten lo que se publica aquí, en América Latina, y en castellano o portugués. Entre ellos, hay artículos que dan unos pasos más, invisibilizando o marginando los saberes locales al presentar esas cuestiones como si fueran propias. Finalmente se origina un circuito de diálogos y citaciones entre ellos que se distancia cada vez más de las realidades que supuestamente están observando.
Por estas y muchas otras vías se generan subordinaciones epistémicas. Parecería que los latinoame-ricanos sólo pueden hablar y sólo serán escuchados en el escenario académico si cumple con un cierto tipo de ciencia, y se comunica en inglés y en los journals. Si no se cumplen esas condiciones, y siguiendo la inspiración de Spivak (2003), es casi como ser mudos.
Aunque esa cuestión se seguirá tratando en la sección siguiente, es necesario intercalar aquí algunas advertencias. No debe entenderse que este examen del papel de los journals implica promover un boicot a ellos o en decretar como negativo publicar en ellos. Por el contrario, considero que los lati-noamericanos deberían también interactuar directamente en esos ámbitos, pero al hacerlo deben privilegiar temas, autores y discusiones propias. Es más, pienso que se deben disputar espacios dentro de ese sistema de journals. Pero esto no implica renunciar a nuestras propias revistas.
En segundo lugar, tampoco debe inferirse que estoy en contra de los procedimientos de revisión, anónimos o no. En realidad considero que ese procedimiento es valioso si se hace con el sentido de ayudar a los autores y mejora la calidad de los escritos (5). Igualmente reconozco que hay muchos ar-tículos en revistas latinoamericanas que claramente muestran fallas en ese aspecto, sea abusando el estilo ensayístico o careciendo de buenas revisiones.
En tercer lugar, considero que también debe admitirse que muchas revistas latinoamericanas, espe-cialmente varias de las nuevas que operan en el mundo digital, deben mejorar sustancialmente. Hay casos donde la presentación es pobre, la calidad de los artículos no es la mejor, e incluso hay errores de diagramación o redacción evidentes. Como puede verse, parte de la disputa con ese mundo de los journals es que nuestras propias revistas latinoamericanas sean de la mejor calidad posible.
Finalmente, aquí no se plantea rechazar o ignorar lo que se produce en otras regiones y en otros idiomas. La cuestión es que ese tipo de saberes no puede ser el único digno de referencia. Dejando eso en caro, también es indispensable señalar que es en nuestro propio beneficio dialogar con esos otros saberes, poder leerlos en otros idiomas, para de esa manera enriquecer nuestras propias inves-tigaciones. Ese tipo de debates, de igual a igual, servirá a todos.
Retomando nuestra propias voces
Las revistas académicas latinoamericanas, y en especial las que brindan un espacio a los ensayos, enfrentan varios problemas, como se muestra en este breve repaso. Pero más allá de las dificultades coyunturales, existe un proceso más profundo que es parte de una política del saber, donde sólo se permite “hablar” en un contexto globalizado siguiendo cierto formato. Esta no es una imposición de un norte global sobre un sur, sino que se reproduce con enorme fuerza desde ese mismo sur. América Latina ha sufrido esto desde hace mucho tiempo, repitiéndose una histórica tendencia a la “invisibilización y el borramiento de la producción teórica local, de otras formas de ver e interpretar el mundo” (Svampa 2016).
Esa situación se debe a condicionalidades que operan unas englobando a otras, desde el orden de la Modernidad a cómo se entiende la actividad científica profesionalizada en la actualidad. Por ello, el rescate de la propia voz en las propias revistas siempre tiene una apuesta a lo que puede describirse como una desobediencia epistémica, y a la vez una práctica para hacerla posible y visible (parafraseando a Mignolo, 2010).
Sin duda que enfrentar las condicionalidades epistemológicas de la Modernidad es una tarea titánica, y se pueden debatir entre muchas opciones. Pero al menos en el caso que aquí se analiza, es evi-dente que si no mantenemos y nutrimos nuestras propias revistas académicas, es casi como ser mudos, y se mantendrá esa apropiación asimétrica de los saberes. Y esas condicionalidades tienen consecuencias políticas y culturales precisas en cómo se construyen horizontes alternativos, permitiendo plantear algunas opciones pero impidiendo otras. O sea que, más allá de los debates sobre las alternativas a la modernidad o cómo romper la camisa de fuerza cartesiana, lo cierto es que cualquier salida requerirá poder compartirla y discutirla en nuestras propias revistas.
Esfuerzos de este tipo sólo son posibles si son nutridos por autores. En esos casos es necesaria una reflexión por parte de los académicos que sostienen que no tienen tiempo o recursos para publicar en otro sitio que no sea el journal que les impone su institución. Es que si un obrero en una fábrica tiene tiempo de militar en su sindicato después de su agotadora jornada de trabajo, o el campesino puede reunirse en la asociación comunal después de trabajar la tierra, presumo que un universitario comprometido también podría hacerse de un tiempo para participar de las revistas naciones.
Paralelamente, desde las ONGs y organizaciones del mundo ciudadano, es imprescindible recuperar la importancia de contar con sus propias publicaciones de investigación. Esa fue una valiosa tradición que cultivaban en el pasado muchas organizaciones, generando información rigurosa. Un ejemplo de permanencia de una publicación de alta calidad es la revista PetroPress que publica el Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB).
A su vez, desde el espacio académico universitario también hay iniciativas novedosas. Destaco la nueva revista colombiana Intervenciones en Estudio Culturales, que en su propia presentación aclara que es una “revista no indexada”. Ese acto de rebeldía está acompañado de contenidos de excelente presentación y alta calidad.
Esas revistas latinoamericanas no deben servir a un aislacionismo, sino a un diálogo creativo con otras tradiciones de saberes, con otras epistemologías (tanto del norte como del sur). A mi modo de ver, es en esa perspectiva donde el ensayo juega un papel relevante como un ejercicio de análisis e interpretación que se realiza anclado a las particulares situaciones de cada sitio, de cada país e inclu-so del continente. Expresa un proceso intelectual que para alcanzar toda su potencialidad debe estar enraizado. Siguiendo a Weinberg (2007), el ensayo es un tipo de texto “situado, que establece un juego de permanente remisión al aquí y ahora”. En nuestro caso, el ensayo deba ser latinoamericano, o bien ecuatoriano, peruano, o incluso serrano o amazónico, mientras que el inglés lo difumina en una inescapable globalidad.
Es por razones como estas por las que muchas revistas de ensayo latinoamericanas persisten porfia-damente. Ecuador Debate es una de ellas, y brinda un enorme servicio no sólo por sus contenidos, sino por ejemplificar que sigue siendo posible hablar con una voz propia.
Notas
1. Un buen ejemplo es “La migraña…”, revista de análisis político publicada por la vicepresidencia de Bolivia. En ese y otros casos, los contenidos priorizan las perspectivas gubernamentales y por ello tienen una baja pluralidad.
2. Si bien no se puede analizar aquí por motivos de espacio, es oportuno advertir que en el hemisferio norte hay actores que participan de alternativas frente a esta situación, tales como negarse a participar en los comités editoriales o sistemas de evaluación de revistas muy caras o de ciertas empresas, promover las revistas de acceso libre, etc. Poor ejemplo, la iniciativa The Cost of Knowledge apunta a boicotear a la gran corporación editorial Elsevier por el elevado costo de sus publicaciones; actualmente más de 16 mil científicos la han apo-yado.
3. Con mi música y la Fallaci a otra parte, por L. Haberkorn, blog El Informante, 3 diciembre 2015, http://leonardohaberkorn.blogspot.com.uy/2015/12/con-mi-musica-y-la-fallaci-otra-parte.html
4. Es importante reconocer que dentro de ese mundo de los journals hay varios que intentan promover otro tipo de perspectiva científica y otros abordajes en los análisis (por ejemplo Third World Quarterly, Geforum, Postco-lonial Studies, etc.).
5.Es oportuno agregar que en mi trabajo personal intento llevar adelante un sistema de revisión que por un lado apela a colegas y amigos, compartiendo con ellos borradores de mis textos, y por el otro, en presentar ideas y resultados en talleres para debatirlos con los participantes. También debo señalar que con algunos revisores en ese mundo de los journals he aprendido mucho y han servido para mejorar el resultado final de lo que se publica
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Publicado en Ecuador Debate, CAAP, Quito, No 100: 45-60, abril 2017.
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