Derecha latina considera a China como nuevo imperialismo (NewsFront, 22.9.17)
China realiza inversiones gigantescas en el mundo, habiéndose convertido en el segundo inversor global detrás de EEUU. En América Latina, algunos políticos de la derecha aseguran que China actúa como un nuevo imperialismo, aunque está lejos de comportarse de ese modo.
Según el último informe de la CEPAL (‘La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe’), en 2016 las inversiones de China en el exterior alcanzaron un nuevo máximo histórico: 183.100 millones de dólares, que representaron un incremento del 43,5% respecto al año anterior.
En Estados Unidos, en 2016, las firmas chinas realizaron importantes adquisiciones en los sectores de hardware y electrónica de consumo, bienes raíces y la industria del espectáculo.
En Europa las inversiones de China se orientaron mayoritariamente hacia las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), el transporte, la energía, la infraestructura y la maquinaria industrial.
El Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB) sostiene que China «ha logrado desplazar silenciosamente muchos de los roles que eran asumidos por el grande del norte y ha conseguido establecerse e incidir en las nuevas condiciones geopolíticas regionales, logrando asumir un rol importante en la economía de varios países latinoamericanos».
Las relaciones entre América Latina y China tienen dos ejes: por un lado la exportación de ‘commodities’, desde soja hasta hidrocarburos y minerales sin procesar; por otro, importantes préstamos a cambio de petróleo, sobre todo en los casos de Ecuador y Venezuela. Como señala el CEDIB, los préstamos «han superado a cualquier otra agencia de cooperación o relación bilateral entre países», en concreto el FMI y el Banco Mundial.
Sin embargo, China ha prestado a países que no tenían acceso al mercado financiero global ya que estaban restringidos o vetados por razones estrictamente políticas, con es el caso de Argentina (durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner) y Venezuela.
Se trata de indagar si las características de las relaciones de China con América Latina reproducen alguno de los patrones «imperialistas» que han caracterizado los vínculos de Estados Unidos y de la Unión Europea con la región.
En varios países, los medios promueven la impresión de que China se comporta de modo imperialista, desde Venezuela hasta Argentina, donde el periodista Rolando Hanglin sostiene que los latinoamericanos, «cuando lloren bajo la bota de los chinos», recordarán lo beneficioso que fue «el imperialismo yanqui».
Las características básicas del imperialismo fueron fijadas por un conjunto de pensadores a principios del siglo XX. Todos coinciden en que es consecuencia del dominio del capital financiero sobre el capital productivo, como consecuencia de la concentración y de la formación de grandes monopolios.
La segunda característica es que la exportación de capital sustituye la preeminencia de la exportación de mercancías. O sea, se asiste al fin de la libre competencia y de la hegemonía de la producción por el predominio de la especulación.
Este proceso desembocó, a comienzos del siglo XX, en el reparto del mundo entre las grandes potencias a través de las posesiones coloniales, primero, y de la intervención diplomática o directamente militar sobre otras naciones. Porque el imperialismo no es sólo un fenómeno económico.
Desde 1823, cuando la Doctrina Monroe proclama que América Latina se considera «esfera de influencia» de Estados Unidos, se han producido unas 50 intervenciones militares en la región, la mitad de ellas en la primera parte del siglo XX. El objetivo era derrocar gobiernos que Washington consideraba «enemigos» e impedir que personalidades o partidos contrarios a sus intereses llegaran al poder.
En base a estas consideraciones, podemos asegurar que China no practica una política imperialista, por lo menos en América Latina.
En primer lugar, en China no se registra una hegemonía del capital financiero sino del capital productivo. El Dragón se ha convertido en el taller del mundo, la primera economía industrial, pero su sistema financiero no ocupa el timón de mando del país.
La segunda cuestión es que en China hay, efectivamente, monopolios y grandes empresas de carácter capitalista. Pero las firmas que operan en el extranjero suelen ser estatales, como los grandes bancos, y aún las empresas privadas tienen fuertes vínculos con el Estado. No existe en China, como en los países imperialistas, una oligarquía financiera que ocupa lugares destacados en la dirección política de esas naciones.
La tercera es la más importante. China no tiene una política de intervención e injerencia en los asuntos de otros países, ni ha desplegado una política de anexiones, ni que promueva derribar gobiernos para instalar gobernantes afines, como han hecho Inglaterra y Francia durante siglos y los Estados Unidos desde hace 150 años en América Latina.
Mientras Estados Unidos tiene 850 bases militares en el mundo, China acaba de abrir su primera base militar en Yibuti, para asegurar el flujo de petróleo a través del mar Rojo, ya que depende de la importación de hidrocarburos para que su economía funcione. En sus relaciones con los países latinoamericanos, ha sido respetuosa de los gobiernos y no practica injerencia.
Pero hay un elemento quizá más relevante. Quienes acusan a China de imperialismo suelen olvidar que esa es una tradición de los países occidentales. En la historia reciente China fue invadida tres veces (las dos guerras del opio en el siglo XIX y la invasión japonesa en el siglo XX), de modo que se sitúa entre los países que fueron víctimas del colonialismo y del imperialismo.
Aún es pronto para saber si las inversiones chinas en América Latina instalan relaciones asimétricas que perjudican a los países exportadores de materias primas. Al igual que otros países que han sufrido invasiones y dominación, China se empeña en rediseñar el mundo unipolar para transitar hacia otro multipolar, con lo que todos los países del Tercer Mundo saldrán beneficiados. En realidad, quienes apuntan a China como imperialista prefieren que el verdadero imperialismo, el yanqui, siga dominando nuestros países.