Panza de Oro, corazón de oro: Una gestión colaborativa para la supervivencia (Opinión, 8.10.17)
Del 3 al 6 de octubre se celebró en la ciudad de Cochabamba el IV Festival Transfronterizo de Poesía, Panza de Oro, que contará con la participación de 16 poetas provenientes de Bolivia, Chile, Perú, Argentina y Uruguay. Uno de sus impulsores nos habla de las dificultades que tiene un evento de estas características para mantenerse con vida todos los años y cuál el secreto de su fotaleza.
Finalizada la cuarta versión del Festival Transfronterizo de poesía “Panza de Oro”, la evaluación no es sino positiva. Dieciséis autores provenientes de Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Bolivia, durante cuatro días, presentaron sus propuestas en el Psiquiátrico San Juan de Dios, en los recintos penitenciarios San Sebastián de Mujeres, San Antonio de Hombres, Instituto Audiológico Fe y Alegría, colegios Daniel Salamanca, La Salle, Edgar Montaño y San Agustín. Además de haber realizado lecturas en proyecto mARTadero, Café Caracol, Cedib, Centro pedagógico y Cultural Simón I Patiño y una Unidad Educativa de Tarata.
Este festival, organizado por proyecto mARTadero, a través de su vena literaria, La Ubre Amarga, en conjunto con la editorial Yerba Mala Cartonera y con el apoyo del Centro Cultural Casa Abierta, ha logrado -en cada una de sus versiones- no solo poner en escena espacios poco usuales para este tipo de eventos. Sino que, además, ha permitido llevar a la práctica un trabajo colaborativo a la hora de obtener los recursos necesarios para su realización.
De sobra se conoce el escaso y/o nulo apoyo que las instituciones públicas ofrecen a este tipo de iniciativas, por lo que al momento de pretender llevarlas a cabo se hace necesario desarrollar un conjunto de estrategias que las solventen. Es así que este año una serie de aliados, que comparten los lineamientos del festival, se sumaron para concretarlo. Ejemplo de esto fueron sus “padrinos”, quienes a la usanza popular aportaron parte del oro requerido para el brillo de esta panza. Patricia Dueri, Marcelo Paz Soldán, René Antezana, Fernando García y Centro Pedagógico y Cultural Simón I Patiño, son ejemplo de lo anterior. Del mismo modo la Coordinación Cultural de la Universidad Privada de Bolivia (UPB), el Colectivo de mujeres mosaiquistas “Kuskas”, La Libre Librería Social del Cedib, Misereor y el Consejo de la Cultura y las Artes, Región de Tarapacá, Chile.
Estas complicidades -en nuestro caso- superan con creces los malestares generados por las negativas de entidades que, incluso relacionadas directamente con el libro y la lectura, prefieren esconder la mano antes que ofrecerla, y se nos vuelve imperioso mencionarlas, ya que son parte primordial en la ejecución del Panza de Oro 2017. Lo mismo ocurre con la disposición de muchos autores al momento de conseguir recursos para traslados desde su lugar de residencia, ya sean estos, mediante gestiones similares a las nuestras o como inversiones personales.
No debería ser de este modo. Un festival que cada año genera más expectativa y ofrece mayores resultados no tendría porqué ir juntado peso a peso sus recursos. Ingeniando su supervivencia. Y sin embargo, así es. Aun teniendo en cuenta que las cifras para su realización resultan ser considerablemente menores que aquellas necesarias para eventos que si bien masivos, poco o nada es lo que ponen en juego, lo que arriesgan o lo que cuestionan.
Sobre esto último, Gonzalo Geraldo. autor invitado al Panza, Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile, comenta que “la cuarta versión del Panza de Oro no cesa en todo momento y espacio de preguntarse cómo alterar y transgredir la distancia que hay para con la poesía. De allí que se amplifique e intensifique en espacios que no están habituados a lecturas y diálogos con escritores. Espacios otros, de exclusión y confinamiento, como centros penitenciarios y hospitales psiquiátricos que enfrentan a los poetas y sus inèditos públicos (los internos) al desafío del reconocimiento”.
Agradecemos, entonces, a todos quienes creen que la poesía es una vía de entendimiento, de sospecha, de instigación y por ende, de crecimiento. A todos quienes desde sus múltiples aportes hacen que un festival que persigue poner en duda ciertas estructuras extemporáneas, ciertos modos anacrónicos y ciertos vicios culturales “al hacer”, llegue a concretarse. No resulta fácil. Vivimos evitando todo aquello que nos arroje fuera de nuestros sitios de costumbre. De ahí la importancia de lo colaborativo, de no sabernos del todo solos.
Porque cuando no existe interés por parte de quienes fungen como autoridades culturales, ya sea por simple desconocimiento o por el escaso interés ante los pocos dividendos que un festival de poesía ofrece, no queda más que hacer las cosas a nuestro modo. No queda sino que unir fuerzas con quienes comprenden que una lectura de poesía, ya sea en un colegio, en un psiquiátrico o en una cárcel, va mucho más allá de escuchar a un autor leyendo sus textos. Mucho más allá del simple espectáculo. Y que a lo que nos enfrentamos es a otra cosa. A algo que pretende superarse y ser superado. Una aproximación que, a través de la palabra, busca cruzar los límites, tanto de nuestras propias fronteras, como de aquellas que reconocemos en cada uno de los otros.
Poeta