del 1er Ciclo de conferencias «Pensadores de nuestra América»
Isrrael Sotillo
Rebelión
Es Simón Rodríguez uno de los pensadores más audaces que hemos conocido los latinoamericanos. Su obra escrita y su vida misma tienen tanta significación para nosotros los venezolanos, que hoy, es uno de los pilares ideológicos más importantes de la Revolución Bolivariana que lidera el Comandante Hugo Chávez Frías.
«Un niño con una enorme lágrima». Así pudo habérsele pintado en su infancia: «Un niño con una enorme lágrima, que más engrosaba mientras más crecía el conocimiento».
Estas palabras que le pertenecen a uno de los mejores biógrafos del maestro de El Libertador, el historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González, nos permite introducirnos en la vida del trashumante caraqueño, del militante ejemplar de la causa americana.
Para todos es conocido que el maestro de El Libertador era hijo expósito, es decir, abandonado por sus padres inmediatamente después de haber nacido; Simón Narciso Jesús Rodríguez, vio la luz del mundo en la ciudad de Caracas, dicen los historiadores, entre la noche del día 28 y la madrugada del 29 de octubre de 1769.
Se induce este día porque fue bautizado con los nombres ajustados al calendario santo. En el acta de bautismo, que tuvo lugar el día 14 de noviembre se lo registra como «expósito». El acta dice así: «Libro II de Blancos del julio de 1797 a 20 de octubre de 1790. Folio 29. Al margen:
«Simón Narciso». Parroquia de Candelaria, Caracas. «En la ciudad de Caracas en catorce de noviembre de mil setecientos sesenta y nueve. Yo el infrascrito Cura Rector interino de esta Sta. Iglesia Parroquial de Sta.
Cruz y Nuestra Señora de la Candelaria bauticé solemnemente, puse óleo y crisma y di bendiciones a Simón Narciso Jesús, párvulo expósito [tachaduras repetidas y fuertes, muy antiguas, que abarcan dos o tres líneas que impiden leer el texto]; y fue su madrina Jerónima Antonia Esquibel a quien advertí el parentesco espiritual y obligación y para que conste lo firmo.
Don Manuel de Sozo».
La generalidad de los biógrafos concuerda en que Simón Narciso tuvo por padre a un clérigo nombrado Carreño, cuyo apellido llevó don Simón por algún tiempo; pero que cambió después por el de Rodríguez. Sin embargo, acerca de sus ascendientes, las evidencias documentales hacen posible concluir, en efecto, era hijo de Alejandro Carreño, músico, quien llegaría a ser maestro de Capilla de la Catedral de Caracas. La madre fue Rosalía Rodríguez, hija de un propietario de haciendas y ganado, descendiente de canarios.
La población caraqueña para ese entonces llegaba a 25 mil habitantes, aproximadamente. La estratificación étnico-social en ella era igual que la del resto de Venezuela: blancos peninsulares y canarios y blancos criollos, el 20,3 por ciento; pardos, negros libres y manumisos y negros esclavos, el 61,3 por ciento; negros cimarrones, indios tributarios, indios no tributarios y población indígena marginada, el 18,4 por ciento.
El historiador colombiano Alberto Miramón reseña varias páginas en las que señala la relación entre el maestro y el futuro padre de la patria: En ellas escribe, que Simón Rodríguez se encargó del cuidado del niño Simón Bolívar, a partir del 1º de agosto de 1795; y que por costumbre se sabe que maestro y discípulo hacían largas excursiones a pie o andaban a caballo por los campos cercanos a Caracas. «En ocasiones fueron a la Laguna de Valencia, en donde Rodríguez lo inicia en los ejercicios de remo y natación».
Rodríguez y Bolívar quedaron asiduamente juntos en tres lapsos, que se marcan de la siguiente manera: cinco años en Caracas, de 1792 a 1797; tres años en Francia e Italia, durante 1804, 1805 y 1806; y uno en el Perú y Bolivia, en 1825. Bolívar llegado el momento, agradeció públicamente y para la historia, lo que Rodríguez había hecho con él y en él desde las primeras letras.
La carta de gratitud escrita por Bolívar en Pativilca expresa: «¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo- Usted formó mi corazón para la libertad. Usted fue mi piloto…» se publicó en Bogotá en 1849, para que la conociesen todos.
Como se sabe, junto a Rodríguez, Bolívar hizo el juramento del Monte sacro en Roma, el mismo con que los bolivarianos del Siglo XXI se comprometen con la Revolución Robinsoniana: «Juro delante de Usted, juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.
Para el año de 1797, descontento, Rodríguez, con el régimen español, sale de Venezuela; ya no regresaría a Caracas nunca más, pasó un tiempo en Jamaica, donde llegó precipitadamente por estár comprometido en la famosa conspiración de Gual y España; allí aprendió inglés y luego se fue a vivir a Baltimore hasta 1800, año en que se va a Francia, llega a Bayona y allí se registra bajo el nombre de Samuel Robinson; el cual ya había utilizado a su salida de Venezuela, al igual que en la isla antillana, así como en la ciudad estadounidense, y que adoptará durante casi toda su estancia en Europa.
Al tiempo que leía mucho, observaba con profusión y aprendía considerablemente, así lo demuestra su paso por Francia, Inglaterra, Austria y Prusia; Alemania, Polonia, Italia, Portugal o Rusia.
«No quiero parecerme a los árboles -escribió- que echan raíces en un lugar y no se mueven, sino al viento, al agua, al sol, a todo lo que marcha sin cesar».
El ensayo fue la forma literaria de expresarse Simón Rodríguez. El concepto moderno de Ensayo significa tratado, y tratar es manejar algo sabiamente.
Su obra escrita comprende:
Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento (1794); Pródromo de Sociedades Americanas en 1828 (Arequipa, 1828); El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social (Arequipa, 1830); Luces y virtudes sociales (Concepción, 1834); reeditada en Valparaíso en 1838, con texto más amplio, pero suprimido el galeato); Informe sobre Concepción después del terremoto de febrero de 1835 (Concepción 1835); Partidos: once artículos publicados en El Mercurio de Valparaíso (1840); Extracto de la Defensa de Bolívar (Valparaíso, 1840, aparecido en El Mercurio; Sociedades Americanas en 1828 (Lima, 1842, sin el Pródromo); Crítica de las providencias del gobierno ( Lima, 1843); Extracto sucinto de mi obra sobra sobre la Educación Republicana (en el Neo-Granadino, Bogotá 1849); Concejo de amigo dados al Colegio de Latacunga (1851, publicados en Quito en 1854) Además de la traducción al castellano de Atala de Chateaubriand (París, 1801), y veintisiete cartas conocidas.
Hablando de la Masa y del pueblo, Simón Rodríguez, decía que millones de hombres se pierden en la abyección, por no conocer los medios de elevarse, o por no poder adquirirlos, o porque la pereza mental los abate, o porque no se les permite aspirar a ser más de lo que son.
«Todos necesitan alimentarse, vestirse, alojarse, curarse, distraerse… En el sistema republicano las costumbres que forman una educación social producen una autoridad pública no una autoridad personal, sino una autoridad sostenida por la voluntad de todos, no la voluntad de uno solo».
Nada más y nada menos que la ‘Democracia Participativa’ la cual se está construyendo en la Venezuela presente, en medio de permanentes y grandes vicisitudes.
Asienta Simón Rodríguez, como principio y fundamento de la acción educadora: «Instruir no es educar; ni la instrucción puede ser un equivalente de la educación, aunque instruyendo se eduque». Midiendo, tras visión orbital, la consecuencia: Enseñen y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga.
Es decir, la teoría y la práctica. Por eso fue pionero de la escuela taller mucho antes que el italiano Juan Bosco. Y mucho más que eso, sostenía que la escuela debe ser obligatoria. Hay que enseñarlos a todos, decía.
En ese orden de ideas, la Revolución Bolivariana, que es una inspiración del pensamiento robinsoniano, ha organizado una misión, la cual busca cumplir con los postulados del Maestro Simón Rodríguez: «La Misión Róbinson». Este servicio, porque es un servicio noble, tiene como objetivo, fundamental, que todos los venezolanos y venezolanas nos eduquemos en la escritura y en la lectura. Sin esas herramientas, sería, más que imposible, adquirir un conocimiento acabado y liberador.
Ya lo sostenía Rodríguez: «Sólo la educación impone obligaciones a la voluntad».
Hablaba él de la sensibilidad intelectual como la facultad de pensar.
«Piensen los Americanos en su Revolución y recojan los materiales de sus pensamientos», decía.
Precisamente, eso es lo que estamos tratando de hacer ahora en Venezuela:
pensando que podemos hacer las cosas nosotros mismos, sin esperar que nadie venga desde los EE.UU., a decirnos como es que tenemos que forjar nuestro destino. Pero para ello, queridos hermanos y hermanas, necesaria es la educación popular.
«Los hombres que figuran en las revoluciones son motores, no actores», escribió Simón Rodríguez. Lo que años más tarde Carlos Marx señalará así:
«El hombre hace la historia, pero sometido a circunstancias dadas», y Federico Engels de la siguiente manera: «La historia la hacen los hombres, no siempre de acuerdo totalmente con su voluntad, sino en función de un paralelogramo de circunstancias».
Todo esto Robinson lo expresaba mucho antes y en pocas palabras, no en libros enteros como se hizo más tarde. «Sociedad significa unión íntima.
Republica significa conveniencia general. Y General significa lo que conviene a todos».
No hay libertad donde hay amos, ni prosperidad donde la casualidad dispone de la suerte social. Venezuela no puede seguir perteneciendo a treinta y dos familias: A los Herrera de la Polar; a los Cisneros de Venevisión y la cerveza Regional; a los de Armas, Capriles, Phelps y sus cadenas de periódicos, radios y televisoras; los Salas Römer y sus negocios oscuros de las adunas y peajes.
Ha llegado el tiempo de pensar revolucionariamente: De ver, juzgar y actuar, en consonancia con los postulados liberadores y redentores.
«Los pueblos no pueden dejar de haber aprendido; ni dejar de sentir que son fuertes. Poco falta para que se vulgarice, entre ellos, -afirmaba el Maestro-, el principio motor de todas las acciones, que es el siguiente:
La fuerza material está en la MASA y la fuerza moral está en el MOVIMIENTO Lo podemos aplicar dialécticamente, hoy en día, de la siguiente manera:
Conciencia, Organización y Movilización.
Hasta para arrancar un cabello, decía Simón Rodríguez, es necesario razonar, pensar, pues.
En la Venezuela del presente las masas no son autómatas como antes, se han convertido en pueblo.
El pueblo es la masa consciente y organizada. Pero en movimiento para poder transformar la realidad que le es adversa. Porque, sencillamente, la fuerza material está en la MASA y la fuerza moral está en el MOVIMIENTO.
Tenía clarísimo el Maestro de Simón Bolívar, que el saber era la mejor arma de los pueblos. Que no había que ver a los hombres influyentes de cada época como a unos amos, es decir, con la sumisión de un perro que siempre se ha tenido atado. Por el contrario, afirmaba que:
«No hay buen General sin buenas tropas y que no hay buenas tropas sin buena disciplina» Simón Rodríguez tuvo pocos amigos en vida y muchos enemigos. Le tocó morir en un pequeño pueblo del Perú, Amotape, cerca de Paita, el 28 de febrero de 1854, a los 83 años de edad. Por cierto, en Paita moriría dos años después Manuela Sáenz.
Los restos del Maestro están en el Panteón Nacional de los héroes de la patria, cuya sede es la capital de la República Bolivariana de Venezuela, allí acompaña a los de El Libertador. Bolívar llamó a Don Simón Rodríguez «filósofo consumado». y también «el Sócrates de Caracas».
El acta de defunción dice así: «Año de del Señor de mil ochocientos cincuenta y cuatro, a primero de marzo, yo don Santiago Sánchez, presbítero, cura propio de la parroquia de San Nicolás de Amotape: en su santa iglesia di sepultura eclesiástica al cuerpo difunto de don Simón Rodríguez, casta de español, como de edad de noventa años al parecer, el que se confesó en su entero conocimiento y dijo, fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamaba Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que sólo deja un hijo que se llama José Rodríguez; éste recibió todos los santos sacramentos y se enterró de mayor, para que conste firmo. Santiago Sánchez.
Los dos cajones de papeles y libros que llevaba consigo Rodríguez en el momento de fallecer, quedaron, según se cree, en Guayaquil. Parece ser que la mayor parte de los manuscritos habían sido recogidos y ordenados por Alcides Destruge, y se perdieron en el incendio ocurrido en dicha ciudad entre el 5 y el 7 de octubre de 1896.
Qué casualidad, las cartas y escritos de El Libertador que estaban en manos de Manuela Sáenz también se quemaron en Paita.