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“Sarcasmos de la historia” (El Catedrático)

Autor: José Franz Medrano Solares (el Gato)

(*) José Franz Medrano Solares

    Triunfante la Revolución Nacional de 1952 y firmado el decreto de Nacionalización de las Minas en los ensangrentados campos de María Barzola, remedando grotescamente el gesto histórico de Simón Bolivar, que ascendiera al Sumac Orko en 1825 para proclamar la libertad de América del yugo español, Víctor Paz Estenssoro también se encaramó a la Mole de Plata para proclamar demagógicamente la «independencia económica» de Bolivia.

  

    Aquel día, entre la multitud que esperanzada escuchaba la perorata movimientista, un proletario que en su diestra tremolaba un fusil, imprevistamente alzó su voz con resonancias de campana, así:«Las transformaciones históricas de avanzada las realizan los pueblos que se nutren de sabiduría y coraje, no los partidos políticos ni sus líderes iluminados. Acaudillado por el proletariado, este es un triunfo del pueblo boliviano sobre el Tío Sam y la rosca minero feudal… pueblo que ahora exige al gobierno la materialización de las reivindicaciones que se engendraron en su seno, como ser la Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria, el Sufragio Universal, la Reforma Educativa y otros postulados. En tanto no se alcancen los frutos de estos objetivos revolucionarios por los que se derramaron arroyos de sangre, es prematuro hablar de libertad e independencia económica». La incandescente arenga tuvo la  virtud  de sofrenar a más de una lengua desfachatada.

  

    Era un minero el que había hecho uso de la palabra, cuya elevada conciencia de clase debido a su formación  político sindical, hacía de él un perspicaz representante del obrerismo boliviano, el más joven, combativo y  vanguardista de Latinoamérica entonces. Sin embargo, este mismo proletariado que guió las epopeyas de abril, pese a contar con algunos dirigentes lúcidos, se equivocó ingenuamente al compartir el poder político con una dirección emenerrista pequeño burguesa, que sólo buscaba sus intereses ruines y, que poco después, urdió la contrarevolución junto a la oligarquía, traicionando y prostituyendo de esta manera el ideario de la Revolución Nacional de 1952. Artemio, que era así como se llamaba el joven minero, con sabiduría de amauta fue uno de los pocos obreros que intuyó el puñal que se insinuaba bajo la toga rosada.

  

    Artemio era un indígena de rostro ceniciento y agrietado como el páramo andino, quien estudiara leyes hasta el tercer curso en la universidad «Tomás Frías»; empero la muerte prematura de su progenitor, también trabajador del subsuelo, supo truncar sus estudios forzándole a laborar en los hórridos socavones del Cerro Rico para sustentar a su pobre madre y a sus tres pequeños hermanos. En Potosí, el 28 de enero de 1947, acaeció una masacre de trabajadores dirigida por el gobierno minero, feudal y pirista de ese tiempo, la misma pretendía la destrucción del Sindicato de Metalúrgicos y ahogar en sangre y metralla las manifestaciones que reclamaban salarios más justos. Como integrante del movimiento obrero, Artemio participó con bravura en aquellas escaramuzas callejeras y fue herido por una bala fratricida en el pecho. Felizmente fue auxiliado oportunamente por una agraciada palliri que le condujo hasta un médico humanitario, y con la cual  más tarde, luego de restañar milagrosamente sus heridas, tuvo amores y se amancebó apasionadamente. La frágil mujer tan sólo pudo darle un hijo, porque debido a su desnutrición crónica murió en el alumbramiento.

    

    De este modo vino al mundo Juanito un carnaval de 1948, tenía los cabellos abundantes y lacios, los ojos oblicuos y las pupilas retintas en las que retozaban destellos de plata, su piel era obscura y fina semejante a la cáscara de la buena papa. Era un niño tan hermoso que parecía un angelito indio convocando con sus manitas a los luceros. Pese a su pobreza y orfandad materna, aunque vestido de harapos, a Juanito nunca le faltó amor paterno, ni mendrugo magro, ni instrucción en la escuela. Para ello, Artemio, su sacrificado padre, diariamente trocaba con el diablo un pedazo de sus pulmones por algunos trozos de estaño y argento. Aspiraba a que su hijo adquiriese saberes que le permitiesen penetrar en los secretos de la luz y la vida, para pulverizar sus cadenas y coadyuvar a trozar los grilletes de sus hermanos, los humildes y oprimidos.

 

     Muchas décadas después, un día de octubre del año 2003, cuando los bolivianos combatían en las calles de La Paz por desembarazarse del desgobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, un hombre obeso y feo como un batracio llegaba elegante y ufano hasta los portales de una de las universidades cochabambinas. Dicho sujeto, era catedrático de Derecho, y a pesar de ser tan moreno como un tizón del infierno, servía y admiraba a cuanto «animal adinerado de piel blanca» se cruzaba en su vida, merced a una tara psicológica denominada el Complejo de Malinche. Mientras caminaba, preocupado por lo suscitado en la jornada, examinaba los problemas político sociales de la coyuntura atrincherado en un crudo y radical darwinismo social. En su triste opinión, el derecho de resistencia de los pueblos ante el abuso de poder era una aberración, puesto que los ciudadanos debían ser gobernados sin chistar por » hombres fuertes y selectos» como Sánchez de Lozada y sus acólitos; advertía en los representantes del movimiento popular a chusma inculta y maloliente. Mas, su desprecio por los aborígenes y obreros lo encubría hipócritamente asistiendo a misa y dictando cursillos en el Movimiento Familiar Cristiano, en los cuales predicaba igualdad y caridad. Asimismo, destilaba un segregacionismo racial brutal y anticientífico hacia los judíos y demás «razas inferiores», atribuyéndoles neciamente todos los estigmas del género humano. Los fosilizados manuales en los que alimentaba y deformaba su sugestionable mollera pertenecían a Chamberlain, Gobineau, Hitler, Nietzsche, Kaufman y otros tantos. Dichas lecturas, también le inducían a ejercitar sus funciones de juez en una forma discriminatoria, venal e injusta en los estrados.

 

    El referido catedrático, ingresando en una de las aulas, después de haber faltado desvergonzadamente varios días, empezó el adoctrinamiento a sus infortunados alumnos ensalzando dogmáticamente la trasnochada «Teoría Pura del Derecho» de Hans Kelsen, hipótesis que argumenta que la Ciencia del Derecho debe estudiarse desde el ámbito de la norma en sí, y nada más que la norma en sí, sin  relación a elementos éticos, políticos, económicos ni sociológicos. No obstante, ciertas universitarias carentes de espíritu crítico, al escucharle, creyeron ver en el anacrónico catedrático a un genio; él, en taimada y gentil retribución, vio y ensalzó mentalmente sus convexos y palpitantes senos. En ese mismo instante en un aula continua, irónica y contradictoriamente, otro docente  impartía científica y magníficamente una clase de ética y oratoria forense.    

  

    Prosiguiendo el catedrático con su alienante instrucción, a propósito de lo que acontecía en ese octubre negro, repentinamente dijo:«… Las transformaciones históricas las plasman los líderes iluminados que conducen exitosamente a sus partidos políticos y a sus pueblos… En 1952 fue Víctor Paz Estenssoro, dirigiendo al MNR, el ideólogo y el caudillo de la Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria, el Sufragio Universal y la Reforma Educativa. Hoy, Sánchez de Lozada y el MNR, son los paladines de la Nueva Política Económica, la Participación Popular, el Bonosol y, fundamentalmente, de la Capitalización. Gracias a todas estas conquistas los bolivianos gozamos de independencia económica». ¿Empero, quién era este abyecto ser que tergiversaba así la historia?… Era Juanito, el descastado y metamorfoseado  hijo de aquel  minero aborigen de las gestas de 1947 y 1952, desagradecido vástago que había  reemplazado desfachatadamente su nombre y apellidos por otros altisonantes y rebuscados.

 

   En la Navidad de ese mismo año, arribando a Potosí, el Gato depositó una piadosa flor en un sepulcro clandestino y desairado, era el sepulcro de Artemio, el padre y minero olvidado.

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JOSÉ FRANZ MEDRANO SOLARES (el Gato), es abogado, escritor y músico.

Email: medrano_solares@yahoo. com