Desde el primer tercio del siglo XX, la industria petrolera ha expandido su presencia en América Latina, especialmente en el subsuelo amazónico, tras la apertura económica de los países sudamericanos. Esta expansión ha sido promovida por los gobiernos de la región bajo el argumento del desarrollo nacional, sin embargo, muchas veces estas políticas han descuidado los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas, que dependen directamente de la conservación de sus ecosistemas y sus tradiciones culturales.
El acceso al territorio, la invasión de sus tierras y el saqueo de recursos naturales son las principales consecuencias de esta expansión, lo que ha generado una acelerada degradación cultural y ambiental en estas comunidades. Las actividades petroleras, desde la exploración hasta la refinación, generan impactos severos en la salud, la educación, los sistemas productivos y el medio ambiente, afectando la biodiversidad, la calidad del agua, y alterando los patrones migratorios y los modos de vida de los pueblos originarios.