La resistencia a explorar alternativas en el desarrollo tiene múltiples raíces. Por un lado, hay factores culturales que generan un temor al cambio y a los resultados inciertos que este conlleva. Muchas comunidades se sienten cómodas con las estructuras y prácticas actuales, incluso si son insostenibles.
Por otro lado, existen influencias políticas y académicas que promueven la continuidad de las estrategias de desarrollo existentes. Estos discursos pueden reforzar la idea de que el cambio es riesgoso, perpetuando un ciclo de dependencia de modelos que, a pesar de sus fallos, son percibidos como más seguros. Este contexto limita la apertura a nuevas propuestas que podrían ofrecer soluciones más viables y sostenibles a largo plazo.