La tendencia del capitalismo actual se centra en la exportación de capitales para controlar los recursos naturales, promovida por la Inversión Extranjera Directa (IED). A pesar de ser presentada como una solución para los problemas económicos de países como Bolivia, donde se ha exaltado la IED como un bálsamo, la realidad es que las transnacionales han logrado beneficios desproporcionados, a menudo a expensas de la soberanía nacional.
Las reformas impulsadas desde los años 80 han facilitado la privatización y otorgado privilegios a las empresas extranjeras, llevando a una dependencia de la inversión externa. Recientemente, con la disminución de las reservas de gas, Bolivia ha pasado de ser vista como una potencia gasífera a una «posible» potencia, sugiriendo que la recuperación de su potencial depende de nuevas inversiones extranjeras, mientras se ignoran los verdaderos impactos de esta dinámica en el país y sus recursos.