Escarley Torrico (1)
Para vivir en la ciudad estamos obligados a transitar desde el espacio privado, que puede ser la casa, hacia ese lugar que no pertenece a nadie en particular porque pertenece a todos como las calles, las plazas, los parques, las avenidas. Esos lugares de encuentro, de lucha, de protesta, de diversión o de amor son los espacios públicos. Y aunque parezca obvio, hay que recordar que este hecho al que nos efrentamos tan cotidianamente, desde que cerramos o abrimos alguna puerta de entrada/salida, tiene un alto e importante contenido político . Porque existe y usamos el espacio público de nuestras ciudades, nos enfrentamos a las diferencias, a la hetergeneidad urbana y mucho más importante, lo transitamos observando acuerdos comunes, esos que previamente deben ser construidos. Por ello, el espacio público en cierta medida nos representa. Somos lo que hacemos (o no) en el espacio público.
Aunque todo esto no es nuevo, lo pongo sobre la mesa para reflexionar sobre lo que viene pasando con el/los espacio(s) público(s) de la ciudad de Cochabamba. Hace un par de décadas la descentralización nos prometía administraciones más eficientes y cercanas al ciudadano. Pero, en medio de la reforma se colaba en las administraciones municipales autónomas el menosprecio por lo público, característica del modelo neoliberal..
Desde hace dos décadas, estamos presenciando una sistemática privatización y destrucción del espacio público de la ciudad y encima lo hemos estado aplaudiendo y mostrando como modelo de “buena gestión“. Hace tan solo unos veinte años esta ciudad tenía el privilegio de contar con amplios espacios verdes, (quien sabe como se libraron del loteo voraz), Para muchos habitantes de la ciudad, lejos de ser una ventaja, esto se había transformado en algo negativo. Es verdad, estaban descuidados, no tenían iluminación y por eso mismo, en las noches eran inseguros. La “solución“ llegó de la mano de un Alcalde que decidió ponerle atención al asunto, pero como su mantenimiento no podía ser una carga para el erario municipal, se le ocurrió que lo mejor era cercarlos con malla metálica y cobrar entradas para usarlos. No faltaron luego las otras ocurrencias, las diversiones importadas de Miami, que llenaban los parques pero se pagaban por separado, el alquiler de quioscos para que las familias compren azúcar en todas sus variedades y formas, (más caro que afuera, claro). En fin, convertimos hermosos parques en mercados de diversión a disposición sólo de aquel que paga.
¿Qué aprenden los niños y sus familias tras la experiencia de ir a un parque en Cochabamba? Desde mi punto de vista, se trata de la más pura y llana pedagogía de la exclusión, adentro están los que pueden pagar afuera los que nó. Creo incluso que estas lecciones se hacen más claras y duras, estando adentro, puesto que allí decsubres que solo podrás disfritar del parque si sigues pagando.
Qué lejana está para cuaquier ciudadano/a aquella democrática posibilidad de sentarse en el parque Mariscal Santa Cruz, sin nada más que transitar, ocupar el espacio de todos y correte un poco para que alguien se siente a tu lado en la banqueta. En fin, sin ninguna obligación de comprar nada, disfrutando de la sombra de los arboles que miraba desde arriba. Me da pena que ya no exista ese parque al frente a la Universidad Católica donde cualquiera paseaba aún entre semana porque no había mallas y se prestaba para leer un libro. Es terrible que ya no se pueda jugar en las noches en las canchas de la Avenida Costanera, antes de las mallas metálicas siempre estaban llenas de jóvenes que aprovechaban la iluminación y hacían turnos o desafíos para jugar basquet. Ahora, como no hay personal para vender boletos a esa hora están vacias . Estan vacías. Tan lindas y verdes, pero tan vacías.
Es curioso cómo estas formas de matar el espacio público se han extendido tan rápidamente por la ciudad, y la abrazan completamente. De pronto el municipio empezó a hacer concesiones de ciertos espacios para que la iniciativa privada les de mejor uso. Como las canchas de volley de playa que se equiparon con arena (era también de Miami?) con fondos públicos, pero luego se transformaron en una escuela deportiva privada. Otro espacio recuperado luego de años de juicios, se transformó en el multicine, para “atraer inversión extranjera a nuestra ciudad“. Ahora es un espacio más de consumo donde en lugar de encontrar heterogeneidad, los jóvenes solo encuentran las homogeneidad cultural hollywoodense. ¿En serio no había mejor uso para ese espacio? Es tan asombroso que hasta tenemos una plaza con puerta y candado en el centro de la ciudad. Por supuesto los sitios para parquear coches entraron a la subasta, nadie ose pararse en un sitio que está destinado al parqueo tarifado sin el respectivo pago. Y como se vé que la cosa tiene futuro económico, recientemente el municipio ha anunciado que convertirá una casona (el colmo patrimonial) en un gran parqueo privado. Está tan extendida la cosa, que también los dirigentes de OTB’s cerraron los pequeños parques, las canchitas, las sedes sociales con mallas metálicas que vienen incluidas en los proyectos y hasta cobran por usar esos espacios públicos.
Hemos creado una ciudad donde la gente no se encuentra con otros con los mismos derechos de usar y transitar por esos espacios que debieran ser de todos, espacios regulados para el consumo, el comercio o la diversión, lugares donde te haces ciudadano sólo si pagas. Pero el tema es que sin espacio público no puede exitir en lo absoluto construcción de comunidad, menos de ciudad, no hablemos de democracia y menos de igualdad. Lamentablemente, este asunto no lo comprende la administración muncipal actual y aunque apelan al proceso de cambio, al partido de gobierno y se presentan como la antítesis del neoliberalismo, siguen enmallando, siguen privatizando más y más lugares, más plazas, más calles.
Lo último que me ha tocado ver privatizado, y que es motivo de este artículo, son las (últimas?) canchas públicas del puente Quillacollo. Esta vez la excusa es construir una Villa Deportiva para los juegos ODESUR. Han sido encarceladas dentro de la infaltable malla metálica. Para colmo de males, esto no sólo afecta a quienes deporteaban gratuitamente (vaya atrevimiento). También es víctima de este atropello, una de las expresiones y espacios donde es posible que los diversos se encuentren: las comidas populares. La víctima, se llama trancapecho. Notesé que ese bendito silpancho en sandwich, por pocos pesos hace el milagro de juntar en una misma mesa a gentes de toda laya para compartir comida. Pero ahora, los quioscos que no pueden funcionar sin paso libre, deben cerrar.
Pero, que va!!! Hay que botarlas. Total son solo tres señoras y el partido político de turno estará haciendo el calculo de que no significan muchos votos y que tal vez ganarán muchos más cuando seamos la sede de los Juegos ODESUR. Piensenlo bien, la ciudad de jardines y canchas enmalladas, parques privatizados, calles con cobradores por minuto, y sin comidas populares como el trancapechos ¿qué tipo de habitantes produce?
(1) Trabaja en el CEDIB. Area Urbana