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Debate con el indigenismo posmodernista. Apuntes sobre el problema de la identidad cultural

La manifestación del regionalismo y del nacionalismo a escala internacional, para el caso de la periferia capitalista, refleja la desintegración del sistema mundial, donde las clases dominantes, canales de la intervención imperialista en las colonias, agudizan los conflictos inter-étnicos, inter-raciales, inter-regionales, etc., para conseguir a título de una identidad colectiva, intereses relativos vinculados a esta o aquella fuerza imperialista.


(Masas/Bolpress 25 Mayo 09. La Paz, Bolivia)El capitalismo como formación social mundial extendió la división del trabajo a nivel planetario, hecho que, en la mente de sus defensores, tuviese que haber resultado en una «globalización» superestructural que acabe con los conflictos nacionales, raciales, etc. No es necesario recalcar que está pasando exactamente lo contrario.

La manifestación del regionalismo y del nacionalismo a escala internacional, para el caso de la periferia capitalista, refleja la desintegración del sistema mundial, donde las clases dominantes, canales de la intervención imperialista en las colonias, agudizan los conflictos inter-étnicos, inter-raciales, inter-regionales, etc., para conseguir a título de una identidad colectiva, intereses relativos vinculados a esta o aquella fuerza imperialista.La identidad es un constructo histórico, que tiene, como eje fundamental, un centro ideológico.

El grupo identitario es una unidad contradictoria, cuya unidad se ha forjado de acuerdo al lugar que ha ocupado en el desarrollo histórico y cuyas contradicciones emanan, precisamente, de las variantes que ha sufrido la estructura económica del grupo en cuestión, acomodándose y construyéndose en el proceso histórico.

En nuestro caso, se trata de analizar el problema identitario en el marco de las relaciones capitalistas de producción para los países atrasados, que como Bolivia, encuentran en su problemática social no sólo conflictos de clase, sino, y muy íntimamente ligado a ellos, conflictos étnico-culturales. La política identitaria que yace en la concepción posmoderna es una en la cual la afirmación de la diferencia no significa desde ningún punto de vista una redistribución de los accesos al poder político y económico, sino que al contrario reproduce a otro nivel la categorización nacional-racial del capitalismo.

La formalidad expresiva del imperialismo, sin duda, ha cambiado. Mientras que en el siglo XIX no era reprochable a los ojos de nadie utilizar términos como «pueblos subordinados»; «colonias»; «razas inferiores», en el siglo XXI estos términos son convertidos formalmente en «países en desarrollo»; «economías emergentes»; «el sur», etc.El racismo de verba frontal es combatido aun por la ideología imperialista, como el posmodernismo, que opina que el nativo debe ser incluido, siempre y cuando acepte las reglas de juego capitalista y se convierta en un eficiente trabajador y un buen consumidor.

Los estudios culturales, que tanto estima el posmodernismo, han contribuido a posicionar las diferencias culturales no sólo como el problema fundamental de la época, sino también como su principal solución, cuyo instrumento sería la intra-interculturalidad. Este problema de expresar la pertenencia a cierta etnia, género, preferencia sexual, etc., fue abordado por cierta izquierda claudicante ante el sofisma del «fin de las ideologías» difundido por la burguesía internacional y sus escritores. El abordaje que realizó esta izquierda fue empujado hacia la unilateralización y parcialización del problema, que como en otros, lo que significó en la práctica fue imposibilitar la generalización hacia la estrategia política del proletariado.

Es en este sentido que la convivencia «complementaria» entre naciones oprimidas y opresoras es un extremo de relativismo cultural sostenido por el MAS. Es, en otros términos, el aspecto reaccionario del relativismo. García Linera fue y es promotor de la que la política del MAS transcurra a través de un «indianismo flexible», es decir, del abandono, al menos político, de las consignas nacional-culturales más extremas para conjugar la reivindicación identitaria de los indígenas con la «complementariedad» posmoderna. Culturalmente, el neoliberalismo (la así llamada «globalización») es la última versión que ha mostrado esta política del imperialismo. Pero este fenómeno, también crea su formalmente opuesto. Como fenómeno superestructural del campesinado, surge el populismo. Esto es, la aplicación demagógica de las reivindicaciones identitarias de las masas populares, en especial de las campesinas.

Este fenómeno, que menudea en la historia de Bolivia, desde Belzu hasta Evo Morales, tiene su realidad subjetiva en la inmadurez política de las masas campesinas como correlato de la ausencia y/o debilidad del partido revolucionario del proletariado.