Mercedes Sosa y la “ojos azules” Cambio Fecha : 2009-10-06
Periodista
Enterado de ello, esa misma tarde el periodista boliviano Jorge Mansilla, que trabajaba en el diario mexicano Excélsior, envió una nota de urgencia al corresponsal de ese periódico en Chile, Jorge Uribe Navarrete, pidiéndole que la entregara en mano propia a “la Negra”. Era un texto que aclaraba que “Ojos Azules” no era un “huayno” peruano, sino el huayño boliviano con una de las más dramáticas historias lugareñas, rayanas en la leyenda de la minería del estaño en los años 20 y 30 del siglo XX. El periodista Uribe no sólo entregó la nota a la cantante argentina, sino que la publicó, previo acuerdo con Mansilla, en un suplemento cultural del diario “La Tercera de la Hora”. Se presume que Mercedes Sosa se abstuvo de grabar “el huayno” al quedar enterada de que “Ojos Azules” fue un huayño compuesto por un profesor de apellido Beltrán, vecino de Senajo, Potosí, enamorado de una mujer chilena llamada Arminda Navarro Bryan, ex esposa de algún técnico chileno de los muchos que a Uncía llegaron desde 1905, cuando el estaño era el metal mejor cotizado en el mundo por su naturaleza aleatoria para la recubierta de aviones, tanques, balas, envases y utensilios de uso doméstico, materiales estratégicos en dos guerras mundiales del siglo pasado.
La dueña del estaño del norte de Potosí era por aquel entonces la chilena Compañía Estañífera Llallagua (CELL), cuyas acciones, llamadas “llallahuas”, tenían alta cotización en la Bolsa de Santiago. Un día de 1919, el industrial boliviano Simón Iturri Patiño adquirió, mediante prestanombres chilenos, la casi totalidad de esas acciones consumando así la primera nacionalización del estaño. Ya dueño de las minas de estaño de la provincia Bustillo, Don Simón prescindió de los técnicos e ingeniero de la CELL. De las minas se fueron todos los “rotos”, menos aquella mujer, la Arminda, cuya historia completa será publicada en este diario “Cambio” en fecha próxima.
Es de Mercedes Sosa que queremos hablar aquí, a dos días de su tristísima partida. “La Negra”, así le decían a doña Gladys Orozco –su verdadero nombre- se presentó en el Zócalo, la plaza mayor del Distrito Federal de México una luminosa tarde julio de 2002 y allí cantó “Ojos Azules”, avisando al público que se trataba de un “hermoso huayño boliviano”.
Apareció en escena con un hermoso poncho boliviano “que me regaló –dijo emocionada- una amiga, una hermana artista que se llama Luzmila Carpio”, de quien reveló en posterior entrevista concedida a Coco Manto que “cuando (a Luzmila) la escuché por primera vez, me pareció oír cantar a los pájaros más sonoros de la tierra”. Contó que aquella vez que escuchó cantar a nuestra gran soprano se encontraba en su casa de Buenos Aires, enferma de los riñones, y que desde la cercana Plaza de Mayo la brisa de un tranquilo domingo le trajo el canto de Luzmila, “canto que se me volvió para siempre, sea por el quebrantado estado de mi salud o porque juré que necesitaba seguir viviendo…” Ahora ya no tenemos viva a Mercedes Sosa, pero nos queda la vida de su voz.
Contaremos siempre con el ejemplo de su militancia en la izquierda iluminante, en la memoria de los pueblos. Y cantaremos siempre alguna de sus más de 250 canciones en este trajín de llevar y traer el tono de nuestras luchas, nuestra esperanza y nuestras victorias.
Por ahora, “ojos azules, no llores”. No llores ni te abandones. Llorarás cuando mañana te venzan las emociones…