Patear la escalera (La Razón, 17.8.15)
Según una noción insistentemente martillada por el Vicepresidente en sus discursos de plazuela, nadie que no organice e inscriba su sigla partidaria está autorizado a hacer política en Bolivia. ¿En qué parte de esta película llamada “proceso de cambio” nos dormimos?, ¿desde cuándo el monopolio de la política en manos de cúpulas partidarias autodesignadas se ha transformado, por obra de Álvaro, en uno de los pilares de esta historia que arrancó en la orilla opuesta de la sociedad civil, y ahora parece desfallecer en las fauces de un puñado de especialistas de la vida pública? No pues, para esto no hemos dejado media vida en el trayecto.
Hacer política es más que lanzar una opinión episódica cuando algo nos inquieta o entusiasma. Hacer política es una ocupación permanente, un oficio sin vacaciones. No nos engañemos. Hace política un destacamento de individuos con tiempo libre suficiente como para incidir en el debate y hacerse predominante en la controversia cotidiana. Sí, concedamos, son efectivamente un puñado de profesionales, con o sin título universitario, pero la magia reside en que ese núcleo sea precisamente lo más plural y riguroso posible. Una democracia se distingue de una dictadura en que convoca a la mayor cantidad de políticos de cepa, pero no para asignarles un derecho exclusivo para decidir, sino para ponerlos en competencia abierta y nunca encarnizada.
En consecuencia, no hace política el que cuenta con una sigla, sino toda persona en condiciones materiales e ideales para participar sin pausas en el flujo de las decisiones centrales.
Las fuerzas que pusieron en marcha el proceso de transformaciones que vivimos hoy se incubaron en los sindicatos, es cierto, pero también en las organizaciones no gubernamentales. Fue esa amalgama entre élites obreras y campesinas, entrelazadas con intelectuales rentados por la cooperación internacional, la que dio paso a un nuevo modo de representación, que puso en crisis el sistema político anterior. De ahí surge el Movimiento Al Socialismo (MAS), el brazo político del sindicalismo agrario, en formal y pensante alianza con las ONG de izquierda.
En ese contexto, esta amnesia vicepresidencial resulta sospechosa. La fórmula con la que el MAS llegó al Palacio se probó como exitosa y hasta ventajosa para todo el país. Pero ahora que han ascendido por esa escalera, decidieron patearla para que nadie más pueda subir. Mezquina maniobra.
Al patear la escalera, la nueva clase gobernante le está propinando un puntapié severo y simultáneo a la fecundidad de la democracia boliviana arduamente construida en más de tres décadas. Sin ONG diferenciadas del Estado, nadie que no posea millones en su cuenta podrá participar seriamente de la disputa por el poder. Si se da el paso funesto, y los equipos técnicos de Fundación Tierra, del Centro de Estudios por el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), del Centro de Documentación e Información Bolivia (Cedib) o de la Fundación Milenio se disgregan, quedaremos todos como espectadores sometidos al mismo libreto.