La visita del canciller a la marcha: el diálogo que no fue (Página 7, 25.9.13)
Reconstrucción de la fallida visita de David Choquehuanca a los indígenas de tierras bajas, un suceso clave previo a la intervención de las fuerzas del orden a la movilización.
Una publicación de prensa despertó la furia del Presidente. «Indígenas llaman al canciller para dialogar sobre el TIPNIS”, informaba Página Siete el 11 de septiembre de 2011. Sucedió 14 días antes de la intervención a la caminata en contra de la carretera del TIPNIS.
David Choquehuanca ya se había librado de la catastrófica factura política del gasolinazo de Navidad de 2010 y comenzaba a perfilarse como un intermediario entre los indígenas de tierras bajas y el terco Gobierno que quería construir el camino a través del Isiboro Sécure «quieran o no”.
El canciller había movido bien sus fichas para aparecer como la voz sensata después del insólito aumento en el combustible al que quisieron bautizar como «nivelación de precios”.
Algunos de sus operadores filtraron información y él quedó como aquel que se opuso a la muy impopular y neoliberal medida frente a sus detractores en el interior del Gobierno.
De esa forma, el jefe de la diplomacia boliviana subió unos puntos ante la opinión pública y ante algunas organizaciones sociales, pero quedó casi como un traidor en el interior del consejo de ministros.
Derrotado el gasolinazo, García Linera y Luis Arce figuraron como los responsables de la debacle y Choquehuanca se quedó con el papel del solitario luchador que no estaba dispuesto a traicionar a los principios del proceso de cambio.
Es harto conocido el enfrentamiento que el titular de Relaciones Exteriores tiene con el Vicepresidente y algunos miembros del gabinete. Semanas después de que se abrogó el decreto 748, allegados a la Cancillería hicieron conocer a algunos periodistas del desafío del ministro indígena a uno de sus colegas en medio de la ola de protestas contra el gasolinazo.
«Si volvemos sin ser agredidos, podremos mantener el decreto sin modificaciones”, habría dicho la autoridad. «Nos mienten y nos hacen tomar decisiones equivocadas. Hay algunos irresponsables entre nosotros, aquí mismo”, añadió en alusión directa a Sacha Llorenti, quien trataba de minimizar el tamaño de las movilizaciones ante el Presidente, mientras la plaza Murillo estaba rodeada por manifestantes.
«David Choquehuanca ganó la pulseta y el gasolinazo fue abrogado”, tituló La Prensa el 19 de enero de 2011 gracias a esas «revelaciones”.
Ocho meses después, una situación similar se perfilaba bajo la difícil coyuntura que atravesaba el Gobierno frente a la VIII marcha de los pueblos de tierras bajas.
Los operadores de Choquehuanca habían logrado que los marchistas lo consideren un mediador entre ellos y el Ejecutivo. De hecho, el canciller había tenido contactos directos con algunos de los participantes de la movilización.
«Queremos hablar de indígena a indígena, ya que los ministros como el de la Presidencia (Carlos Romero) o de Obras Públicas (Wálter Delgadillo) carecen de representación y no son interlocutores válidos”, anunció el comité político de la columna de originarios, el 11 de septiembre.
Los dirigentes de la movilización no se imaginaban el efecto que aquella convocatoria produciría en Morales. Un día después, nada menos que la ABI aumentó el enojo. La agencia estatal publicó una nota que titulaba «Opositores en Santa Cruz apoyan mediación de Choquehuanca en marcha indígena”. Era demasiado.
El Presidente no dudó en llamar la atención a su colaborador más antiguo por buscar desmarcarse del resto de su equipo y lo conminó a presentarse como el nuevo jefe de la comisión negociadora con una instrucción precisa: no romper el libreto que los anteriores ministros habían desarrollado.
El canciller no podía ofrecer nada más de lo que ya habían planteado antes Teresa Morales, Nemecia Achacollo, Wálter Delgadillo, Carlos Romero y los demás.
Esa es la verdad de las visitas que efectuó David Choquehuanca a la marcha en defensa del parque nacional Isiboro Sécure. El Presidente mandó a su principal ministro a Limoncito, San Isidro y a Yucumo para que haga un acto de obsecuencia. En ningún momento se pensó que la esperada «mediación” del líder aymara permitiera una salida concertada al conflicto.
Las mesas de diálogo montadas entre el 14 y el 24 de septiembre fueron poco menos que una farsa dilatoria, mientras la caminata indígena era bloqueada por los colonizadores. Lo que en realidad hacía el titular de Relaciones Exteriores en todo ese tiempo era cuadrarse ante Evo, quien todavía es el principal interesado en que esa carretera se construya.
El mismo canciller reconoció esta situación en una breve entrevista que concedió a Los Tiempos unas horas antes de que empiecen las negociaciones, hace dos años.
«El Órgano Ejecutivo somos un solo cuerpo”, dijo aquella vez. También negó su papel de mediador y reconoció que «el Gobierno no lleva una nueva agenda y que mantiene su posición respecto a los planteamientos que hizo a las demandas de los pueblos de tierras bajas”.
Dos años después, recién se comprende el sentido de aquellas declaraciones. Los marchistas tardaron pocos días en notar que la aparición de Choquehuanca no representaba ningún cambio en la línea definida por el Ejecutivo y comenzaron a sospechar de una intención dilatoria como parte de la estrategia oficialista.
Así llegó el 24 de septiembre de 2011 y la denuncia de «secuestro” del canciller. Hoy ya se sabe de la aparición de infiltrados -no fue sólo una, fueron varios- que actuaron como agentes provocadores.
También ya es público que el entonces ministro de Gobierno, Sacha Llorenti, montó un show a partir del hecho con el traslado en ambulancias de policías que apenas tenían unos rasguños.
Ahora sabemos que la participación de Choquehuanca no buscaba una salida concertada. No hubo tal mediación. El diálogo «de indígena a indígena” que reclamó la VIII marcha de tierras bajas estuvo muy cerca de ser apenas una farsa.
El Ejecutivo no jugó sus cartas con honestidad y, lo más lamentable, incluso para ellos, es que esas trampas fueron las que después desencadenaron aquella triste e inolvidable intervención policial.
«Los marchistas tardaron pocos días en notar que la aparición de Choquehuanca no representaba ningún cambio en la línea definida por el Ejecutivo y comenzaron a sospechar de una intención dilatoria”.
Boris Miranda
Periodista