La política urbana en el contexto neoliberal ha dejado el suelo en manos del mercado, priorizando la especulación inmobiliaria. Esto ha perjudicado los avances logrados desde la revolución de 1952, que intentó controlar la expansión desmedida de las ciudades y mejorar el uso del espacio urbano.
Mientras que en el pasado se contaba con planes reguladores que promovían ciudades más organizadas, el enfoque neoliberal ha desatendido la planificación, al eliminar el control estatal sobre precios de suelo y alquileres. Esta desatención ha generado un acceso limitado a vivienda digna, especialmente para los sectores más pobres, quienes dependen de terrenos informales.
Irónicamente, el Estado centralizado logró más en términos de planificación urbana que la descentralización neoliberal, que, aunque transfirió recursos a los municipios, desincentivó inversiones en servicios básicos como agua potable y saneamiento. Así, la falta de intervención estatal ha dejado a las ciudades con graves déficits en infraestructura y servicios.